Para todo profesor, es un orgullo el éxito de los alumnos. Jean-Martin Charcot, médico parisino, fue admirado por sus alumnos, algunos de los cuales son mucho más reconocidos que él. Sigmund Freud, Tourette, William James fueron algunos de ellos. Pero Charcot tuvo una brillante carrera por sí mismo.
Su principal aportación consistió en la clasificación y determinación de muchas enfermedades neurológicas que, hasta entonces, se diagnosticaban de forma confusa. En el siglo XIX, cuando el mesmerismo, la frenología, el magnetismo animal y las fuerzas mentales mágicas gozaban de cierto prestigio popular, la tarea de observar los síntomas anatómicos, conductuales y físicos, y especificar de qué enfermedad se trataba, supuso la aparición de la neurología, rama de la medicina hasta entonces sin diferenciar.
Entre estas enfermedades se encuentran el síndrome de Tourette (que nombró en honor a su discípulo), la enfermedad de Parkinson, la esclerosis múltiple o la terrible esclerosis lateral amniotrófica.
No procedía de una familia adinerada, así que su padre decidió que pagaría sus estudios al hijo que destacara más en los estudios. Y fue él. Las habilidades de Charcot abarcaban las ciencias pero también el dibujo y los idiomas. Ambas le rindieron un gran servicio en sus investigaciones médicas. Charcot dibujaba los órganos, las expresiones de los pacientes, y fue el primero en introducir la fotografía para registrar los estados anímicos de los enfermos como información complementaria útil. Su dominio del inglés, el italiano y el alemán le permitieron leer los mejores tratados de científicos europeos. Porque, desde luego, la medicina fue su pasión hasta el final de sus días en 1875.
En sus más de 30 años de profesión, creó una escuela de medicina en el Hospital de Salprêtrière donde enseñaba, entre otras cosas anatomía patológica. En sus clases, presentaba diferentes pacientes con el mismo mal para que los alumnos estudiaran cada caso, un método innovador para la época. El Hospital de Salprêtrière era conocido, por entonces, como "el gran asilo de la miseria de la humanidad". De sus 5000 internos, unos 3000 padecían de enfermedades neurológicas. Charcot, además de investigarlas y crear una escuela, creó un laboratorio patológico muy avanzado.
Pero no se limitó a toda esta labor, que no es poca. Charcot estudió técnicas muy famosas en la época, como la hipnosis, y su relación con enfermedades a la moda, como la histeria. Charcot era muy escéptico al respecto, y eso generó cierto enfrentamiento con sus colegas partidarios del estudio de esa patología, entre ellos, su discípulo Tourette. La idea de Charcot era que la facilidad para entrar en trance hipnótico era en sí mismo un síntoma de la histeria y que el espectáculo que ofrecían las sesiones de hipnosis, que se había convertido en un fenómeno de masas, perjudicaba el estudio de la histeria y le restaba credibilidad.
De carácter seco, casi brusco, centrado más en la investigación que en ser amable con los pacientes, viajó a Inglaterra donde impartió clases.
De sus hijos habidos con su matrimonio con una viuda rica, uno de ellos alcanzó casi tanta fama como el padre: Jean-Baptiste. No se dedicó a la medicina sino a la marina y se dedicó a emprender expediciones al Polo. Murió joven en una de ellas, a bordo del barco Pourquoi pas IV.
Pero no todo el mundo sabe que Charcot, el dominante neurólogo, austero y reservado, sentía un profundo amor por los animales. Además de varios perros (Carlo y Sigurd) era dueño de un macaco hembra llamada Rosalie. Comía en su mesa sentada en una silla infantil, jugaba con ella y la alimentaba. Cada vez que Rosalie le robaba algo del plato Charcot reía, incluso cuando desmanteló la decoración de la mesa durante una cena con importantes personajes internacionales.
¿Qué hacía un neurólogo parisino con un macaco hembra en su casa? La explicación es sencilla: fue un regalo de un paciente. Pero no de uno cualquiera, sino de Don Pedro, Emperador de Brasil, que había sido paciente de Charcot y con quien había fraguado una afectuosa amistad personal.
La fama de Charcot se vio ensombrecida por las acusaciones de psiquiatras americanos de estar instalado en el error y no haber aportado nada a la ciencia. Injustamente, sin duda.
Un hombre con la pasión por la enseñanza como Charcot no daría demasiada importancia a las críticas de colegas teniendo en el otro lado de la balanza el cariño y admiración de una generación de médicos tan relevantes. O tal vez le habría podido el celo de investigador. O simplemente la fuerza motriz de su vida era solamente curar, y tanto la investigación como la docencia surgieron como derivados de ese motor. Somos lo que hacemos y, por eso, muchos no somos una sola cosa.