Ciencia Humana

Imhotep, el Elvis Presley de la medicina egipcia

No todo el mundo puede alardear de salir en las fantásticas historias de Astérix y Obélix creadas por Goscinny...

No todo el mundo puede alardear de salir en las fantásticas historias de Astérix y Obélix creadas por Goscinny. Imhotep es la palabra utilizada por los egipcios en la aventura “Astérix y Obélix: Misión Cleopatra” a modo de coletilla, para designar nada en concreto. Hay otras películas como “La Momia” que se refieren a él, pero en términos menos alegres. La realidad es que Imhotep era un hombre que vivió en el siglo XXVII a de C. Un hombre inteligente, prudente, un sabio que hacía honor al significado de su nombre “el sabio que viene con paz”.

Fue visir, es decir, el apoyo y el consejero, del segundo rey de la Tercera Dinastía, el faraón Zoser. Pero, además, era sacerdote supremo, arquitecto y médico. Un médico tan destacable que, más adelante, los griegos le asociaron con Asclepio, dios de la medicina. En realidad, Imhotep alcanzó el grado de “dios” gracias a sus logros y al reconocimiento por parte del pueblo y de los mandamases de su época. Hasta levantaron un templo en su honor y llegó a tener sacerdotes que honraban su memoria y cuidaban su lugar sagrado. El Elvis Presley de la medicina y la arquitectura egipcia.

Pero no solamente cuidaba de la salud de los enfermos, obteniendo medicinas de las plantas y observando sus males para sanarlos. También se ocupaba del bienestar de los mortales que emprendían el más complejo y postrero de los viajes. Por eso, estaba convencido que era importante conservar lo mejor posible el cuerpo del faraón. Con la misma dedicación y responsabilidad que el faraón debía cuidar de la nación así él cuidaría de su cuerpo. Y tan en serio se tomó la tarea que edificó la primera ciudad funeraria en Saqqara, cerca de Menfis, donde está su templo. La casualidad quiso que la ciudad donde nació Elvis se llamara Memphis.

En Saqqara, Imhotep  ideó una cámara mortuoria cuadrada, en vez de rectangular, excavada a 28 metros bajo tierra. Se trata de una pirámide escalonada, de seis alturas hecha en piedra caliza, el arquitecto tuvo que resolver el escollo del transporte. No se trataba de los ladrillos de barro habituales, eran piedras calizas talladas de mayor dimensión y más pesadas. En el siguiente período, la Cuarta Dinastía, la arquitectura  evolucionó y las pirámides dejaron de ser escalonadas para tener las paredes lisas, tal y como las conocemos. Un largo corredor conducía a una habitación de baldosas azules. Al acabar su construcción, varios corredores fueron excavados para proteger la intimidad del reposo eterno del faraón.

Y éste es el punto que me llama la atención. Imhotep y, con él, los grandes arquitectos egipcios, escondían el cuerpo del faraón fallecido. No solamente eso. El mismo Imhotep se construyó su tumba, edificó su propio monumento funerario, y lo hizo de manera tan secreta que aún hoy no se sabe dónde está. El reposo eterno, debe serlo de verdad. Con esa idea en la cabeza, cuesta entender los casi obscenos ritos funerarios de nuestros días. Los cementerios donde personas solitarias pasean buscando paz, con las tumbas a la vista de cualquiera.

Como médico, se le atribuye la autoría del papiro Smith, en el que, a pesar de que en aquella época la medicina contenía altas dosis de magia, superstición y ritos, se describen observaciones anatómicas, síntomas, diagnósticos, tratamientos de heridas, con un enfoque racional y casi moderno. En este texto Imhotep recomienda el uso de vahos de opiáceos como anestésico, preconizaba la aplicación de presión en las arterias carótidas para calmar el dolor de cabeza y afirmaba que el pulso era un índice del corazón y de las condiciones del enfermo.

Un hombre tan excepcional que los egiptólogos le destacan por la sabiduría sacerdotal, la magia, la formulación de refranes sabios, la medicina y la arquitectura, y recalcan que fue tan notable su fama que su nombre nunca fue olvidado, y 2500 años después de su muerte se había convertido en un Dios. Eso es fama. Lo demás, banalidades.