Muy poco se sabe de la vida de Erasístrato excepto que nació en Ilus, en la Isla de Céos. Se han escrito páginas y páginas simplemente tratando de determinar en qué año nació. Todo apunta a que vivió entre el 310-280 a. de C. Está claro que ejerció la medicina en Alejandría, que fue discípulo de Praxágoras de Cos, sucesor de Hipócrates, y compañero de Herófilo, quien es considerado por muchos el primer anatomista y con quien fundó la Escuela de Alejandría.
Detrás de esa palabra, anatomista, estaba el hecho de atreverse a diseccionar cuerpos humanos, dibujar un mapa de todo lo que uno ve, tal y como cree que está dispuesto cuando el cuerpo está vivo y darle nombre. Nada romántico.
Además, el anatomista debía especular respecto a la función que cada uno de los órganos, tubos, fibras y demás, cumplían en el organismo vivo. Básicamente se trataba de responder a las preguntas “esto qué es” y “para qué sirve”. Muy diferente al estudio de la anatomía actual, en la que se trata de memorizar precisamente todo aquello que nuestros predecesores descubrieron.
No era muy popular eso de diseccionar cuerpos humanos. Ni debía ser agradable. Herófilo y Erasístrato fueron pioneros y a ellos les debemos grandes avances.
Erasístrato estudió la inclinación de las circunvoluciones del cerebro en diferentes especies incluida el hombre y las asoció a la inteligencia. Consideró que el centro del pensamiento y las funciones mentales estaba en el cerebro, y no en el corazón, como Aristóteles había defendido. Distinguió los dos hemisferios cerebrales y el cerebelo. Describió los nervios como fibras y no como tubos huecos. Se dio cuenta de que las venas transportaban sangre, fluido vital, y no aire, y, a diferencia de su compañero Herófilo, se opuso a las famosas sangrías, porque él creía que los principales problemas de salud provenían de lo que llamó plétora de la sangre, es decir, un exceso de la misma en las arterias, que según él, sí transportaban aire y provocaban el pulso.
Sostenía que las enfermedades provenían de problemas generados en los órganos, no por desarreglos en los humores, que era la idea generalizada en su época. Identificó la cirrosis hepática y descubrió la próstata. Muchos, muchos son los avances que le debemos a Erasístrato.
Pero lo más llamativo, probablemente, es precisamente aquello sobre lo que no hay pruebas definitivas, ya que se basa en lo que han contado escritores e historiadores como Plutarco y Apiano.
Al parecer, el rey Seleuco I de Babilonia y Siria le llamó para que curara a su joven hijo Antíoco, ya que nadie conseguía dar con su mal. Tras observarle durante días y analizar la reacción del enfermo ante unos y otros, dedujo que el mal de Antíoco era el de amores, y que se había enamorado de la segunda mujer de su padre, Estratórice, una bella joven mucho más joven que el rey. Los síntomas que preocuparon tanto al padre eran, en palabras de Plutarco en sus Vidas Paralelas, los de aquellos que tienen un amor imposible:
"...que les falla el habla, que les falta las palabras, se ponen colorados, los ojos les dan vueltas, y de pronto un súbito sudor se apodera de ellos, el pulso les late con fuerza y muy veloz, y finalmente, cuando la fuerza y energía del corazón les han fallado y muestran todos estos signos, se quedan como en éxtasis y trances, y blancos como un monje”.
Erasístrato aconsejó a Seleuco que no luchara en contra de ese amor sino más bien al contrario, que lo favoreciera. El rey, probablemente para asegurarse la descendencia y la perpetuación de la dinastía, se separó de su mujer y se la entregó a su hijo, haciéndole, además, rey de las tierras orientales.
La asociación de determinados síntomas puramente físicos con problemas emocionales es, por tanto, otra de las aportaciones y logros de Erasístrato, que consiguió, si la historia es cierta, resolver un problema físico mediante el análisis de los sentimientos y las emociones como haría hoy un buen psicoterapeuta.
El desconocimiento de un hombre tan valioso se debe a las terribles críticas que Galeno hizo de sus teorías y la enorme popularidad de éste último. La historia ha dado la razón a Erasístrato y se la ha quitado a Galeno, pero los hombres de su tiempo, como los de todas las épocas, prefirieron alabar al popular antes que plantearse ideas innovadoras.