Emmy era alemana. Nació en Erlangen en 1882 en el seno de una familia judía de clase media. Creció cumpliendo las expectativas de una chica de su edad y su entorno: estudiaba idiomas, tocaba el piano, amaba a su familia. Era una niña normal. Solo que, acabada su formación y después de un tiempo dando clases de inglés y francés en escuelas femeninas, decidió estudiar matemáticas. No tendría nada de particular si no fuera porque estaba prohibido que las mujeres fueran alumnas de la facultad de matemáticas en Erlangen. Así que acudió de oyente en la universidad en la que su padre daba clase. Max Noether era un reputado matemático. La aceptaron como simple asistente.
Lo que los prejuicios de la dirección académica le negaron se lo dieron los profesores que reconocieron el enorme talento de Emmy: la examinaron para que obtuviera su graduado. Se trasladó a Göttingen y solamente volvió cuando las restricciones a las mujeres desaparecieron. Se doctoró con una tesis dirigida por Paul Gordan. Era 1907 y Emmy ya tenía 26 años.
El siguiente escollo fue ejercer su carrera académica. Estaba prohibido que las mujeres dieran clase en la Facultad de Matemáticas de Erlangen. Así que, con la excusa de sustituir a su padre, se dedicó a dar clase en el Instituto Matemático de Erlangen gratis y sin reconocimiento académico. Por el puro placer de dar clase e investigar.
Durante ocho años vivió para investigar y publicó excelentes trabajos sobre una cuestión puntera para la ciencia matemática de la época: la teoría de invariantes de los grupos finitos, una parte del álgebra teórica. En 1915, dos grandes matemáticos de la Universidad de Göttingen, David Hilbert y Félix Klein, la reclamaron para investigar con ellos. Los profesores de las facultades de filosofía e historia protestaron. En plena, Primera Guerra Mundial, consideraban una humillación ser enseñados por una mujer a lo que Hilbert contestó que no veía la relación entre el sexo y la enseñanza de las matemáticas. “Al fin y al cabo somos una universidad no unos baños públicos”, afirmó.
Emmy se quedó en Göttingen impartiendo clases en nombre de Hilbert. Dependía económicamente de su familia justo en un mal momento para ellos: su padre se acababa de jubilar, su hermano estaba en la guerra y su madre murió repentinamente.
Al acabar la guerra se le permitió realizar el examen de habilitación y tres años después se le reconoció un título de profesora externa, no funcionaria, sin paga. Tuvo que esperar un año más para que se le considerara como profesora. Nunca fue catedrática. Nunca entró en la Academia de Ciencias de Göttingen. Pero fue reconocida por los científicos más relevantes de su época: Albert Einstein, Hermann Minkowski, L. E. J. Brouwer, P. S. Aleksandrov, Felix Klein y David Hilbert entre otros.
Y cuando se percibía ya la ascensión de los nazis en Alemania, Emmy tuvo que huir. Se fue a Pensilvania, donde murió al año y medio de llegar, con 53 años. Ingresó para que le quitaran un tumor y no salió del hospital.
Emmy Noether era una profesora heterodoxa. Adorada por sus alumnos, dejaba de lado el programa establecido y se enfrascaba con ellos en debates espontáneos sobre problemas matemáticos. Esta metodología hacía difícil seguir las clases para quienes no estaban acostumbrados. Era especialmente paciente con los nuevos y aunque crítica severa, era “tierna como un pedazo de pan” en palabras de uno de sus mejores amigos. Les llamaban los Noether Boys. Cuando cerraron la facultad los nazis, quedaron en las escaleras del edificio, atravesaron el bosque y dieron la clase en una taberna local. Era frecuente que les recibiera a tomar el té en su casa para discutir lo que no había quedado claro en el aula. Dirigió más de 20 tesis doctorales sin tener credenciales.
Renunció a todo por la ciencia. Era un desastre en su aspecto. No solamente estaba fuera de toda moda. Además era despreocupada hasta resultar desagradable. No guardaba las formas y era famosa porque hablaba sin parar mientras comía y escupía lo que tenía en la boca. Acababa las clases completamente despeinada y se limpiaba la nariz con la manga de la blusa. Lo dicho: un desastre.
Pero por encima de todo, fue una mujer comprometida con unas ideas. Se acercó a la izquierda alemana por su manifiesto pacifismo. Y cuando acabó la Primera Guerra Mundial, en el difícil año 1919 para los alemanes que vivieron huelgas, revueltas y represión a veces sangrienta, siguió en la USPD, que proclamaba la dictadura del proletariado. Tenía 37 años, no eran cosas de la juventud. Ella se jugó su puesto, como otros profesores universitarios, al firmar una carta en apoyo al profesor de estadística Gumber, expulsado en 1931 de la facultad por llevar un registro estadístico de los asesinatos cometidos por los nazis ya en ese año. Admiraba la forma de vida de la Unión Soviética donde estuvo invitada seis meses en 1928. De hecho, en 1933, cuando tuvo que huir de Alemania, trató de encontrar una plaza en Moscú, sin éxito. Entonces la fundación Rockefeller le ofreció ayuda y se fue a Estados Unidos.
Su amado hermano Fritz, matemático como ella, amigo, confidente, con quien compartía ideales, sí consiguió una plaza en la Universidad de Tomsk, en Siberia. En 1937 fue hecho prisionero y asesinado en 1941 acusado de ser un espía alemán nazi. Afortunadamente, Emmy, que había muerto en 1935, no tuvo que vivirlo.