¿Qué puede hacer un adolescente en una granja en medio de la nada con una cadera rota en 1833? En las noches de verano, lo más recomendable es mirar las estrellas. Eso hacía Lewis Swift (1820-1913) en su granja de Monroe County (New York). El accidente que le impedía ayudar a su padre en la granja le permitió dedicar tiempo a observarlas. Y, gracias a eso, el 13 de noviembre de ese año, fue testigo de una de las lluvias de estrellas más sonadas de la historia más reciente.: la Gran Tormenta de Meteoritos Leónidas de 1833. Según cuentan las crónicas, todo el mundo se enteró del acontecimiento, bien por el resplandor de los meteoritos en medio de la noche, bien por los gritos de los vecino asombrados y atemorizados a un tiempo.
El joven Lewis quedó tan impresionado que se decidió a estudiar y llegó a matricularse un par de años después en la Clarkson Academy donde estudió durante cinco años. Día tras día, el hijo del granjero se desplazaba con sus muletas al centro de estudio que estaba a algo más de 6 kilómetros de su casa. La medicina de entonces fue incapaz de curarle bien la rotura de cadera y se quedó cojo de por vida. Infatigable, nada más graduarse recorrió parte del medio oeste de Estados Unidos y Canadá dando charlas acerca de los efectos de la electricidad, el magnetismo y el telégrafo.
A su regreso, se casó, dejó definitivamente la granja y montó una ferretería en la ciudad de su mujer, donde viviría muchos años. Allí montó su primer observatorio casero con un telescopio fabricado por él siguiendo las instrucciones de los libros. Pero justo antes de empezar a Guerra de Secesión Americana, su mujer muere y se traslada con los niños a Marathon, donde sigue con su caza de cometas. Precisamente en ese año, 1862, descubre el cometa que dio lugar a la lluvia de estrellas que tanto le impresionó con trece años, el cometa hoy conocido como Huttle-Lewis.
En Marathon, se casó por segunda vez e instaló su observatorio en el tejado. También se puso en contacto con científicos universitarios y empezó a publicar sus avances en Popular Astronomy.
Sus descubrimientos, perseverancia, rigor y entusiasmo le granjearon el respeto de los científicos académicos americanos y europeos. Swift se carteaba con los astrónomos más importantes de esa época, los Herschell (padre e hijo), de cuya hija Caroline ya hemos escrito. Pero además consiguió que grandes empresarios de la época financiaran la construcción de observatorios y las investigaciones que emprendía.
Incansable, tuvo que retirarse por problemas de visión a los ¡81 años!. El observatorio tenía problemas económicos y la edad ya pesaba. Pero su tesón le tenía preparada una última recompensa. A los 90 años vio el cometa Halley por segunda vez en su vida, el sueño que había perseguido desde su niñez. Murió con 93 años.
En su libro autobiográfico, Ups and Downs, Here and There of an Astronomer, resumía su vida explicando que él escribía para los amateur, para que persiguieran los misterios que el firmamento aún guardaba y pudieran, como él, decir al final de sus días: “Though bitter has been the bud, Yet sweet has been the flower” (Aunque el brote fue amargo, dulce ha sido la flor).