Ciencia Humana

Dmitri Mendeleev, días de química y hambre

Mendeleev es el caso del sabio que no fue profeta en su tierra. Logró el reconocimiento europeo mucho antes de que le tuvieran en cuenta en Rusia.

Para quienes venimos del bachillerato de las llamadas "ciencias puras" y nos gustaba la química, la tabla periódica representa la clasificación de clasificaciones. Siempre me pregunté quién sería el desocupado que dispuso de tanto tiempo como para organizar de forma tan maravillosa los elementos químicos basándose en sus características. No hay historia de la ciencia en bachillerato y después terminé estudiando algo muy diferente: economía. Pero esa suposición acerca del autor de la tabla es lo más alejado de la realidad: Dmitri Mendeleev (1834-1907) (o Mendeléyev, en español) fue muchas cosas pero, desde luego, nunca un desocupado.

Vivió la época terrible de la Rusia zarista desde el lado de los menos favorecidos. Hijo de un maestro que se quedó ciego, era el menor de 17 hermanos, de los que sobrevivieron 14. Su padre murió y su madre trató de sacar adelante la fábrica de vidrio de su familia pero ésta se quemó y tuvieron que trasladarse desde su Siberia natal a San Petersburgo.

Arruinada y viuda, María, su madre, invirtió todos los ahorros en la educación del pequeño Dmitri. No era un niño de calificaciones brillantes, aunque destacó en ciencias y se dedicó a la Química. Diagnosticado de tuberculosis tuvo que trasladarse y comenzar su carrera docente fuera de la capital. Vivir en Rusia no era fácil, el despotismo zarista exacerbado era difícil de llevar, tenía simpatías por quienes defendían la libertad frente a la tiranía, aunque debido a su versatilidad y a su necesidad económica, en un momento de su vida se dedicó a confeccionar informes para diferentes ministerios.

Afortunadamente, tras estudiar en la universidad, Dmitri fue enviado en 1858 a estudiar al extranjero. Y no paró. Conoció a los mejores. Trabajó con todos ellos y creó su propio laboratorio en su piso de Heilderberg, donde terminó estableciéndose. Allí se encontró con muchos jóvenes y brillantes científicos rusos exiliados. Mendeleev es el caso del sabio que no fue profeta en su tierra. Logró el reconocimiento europeo mucho antes de que le tuvieran en cuenta en Rusia. Después del intenso trabajo y el aprendizaje constante en el extranjero, la vuelta a casa fue realmente dura. Poco a poco el deterioro institucional alcazaba a la enseñanza y, o bien estaban politizadas o bien cerraban. En el primer caso, la arbitrariedad reinaba en lugar de hacerlo la calidad de la enseñanza, y le rechazaban por ser liberal y contrario al autoritarismo imperial. En el segundo, el futuro de los niños se veía amenazado. Y los profesores se veían forzados a cambiar de ciudad para sobrevivir. Ésta fue la época que el propio Dmitri confesaba que recordaba por pasar hambre. Trabajó muy duro en todo aquello que se le ofrecía. Y, por supuesto, siguió investigando. Su vida afectiva tampoco fue sencilla.

Después de casarse casi a la fuerza, por las presiones de su hermana mucho mayor que él, y de vivir un infierno en su matrimonio, se enamoró siendo ya un cuarentón de una joven veinteañera con la que fue muy feliz. Sufrió lo indecible para obtener el divorcio y casarse con Anna Popova. Tuvo tres hijos del primer matrimonio, cuatro del segundo y una hija ilegítima a la que ayudó toda la vida.

A pesar de todo ello, la actividad científica de Mendeleev fue abrumadora. No solamente impartió clases e investigó sobre diferentes aspectos de su ciencia,además de la famosa tabla periódica, también tenía otros intereses.

Una vez que se abolió la servidumbre, compró un terreno para descubrir métodos de cultivo más eficiente. Y logró exitosos resultados. Tras esa incursión, otros sectores acapararon su atención, como la destilación de alcohol, la fabricación de pólvora, la ganadería, etc.

Fue el primer científico ruso en abrir un centro de estudios superiores para mujeres. Se interesó por las artes y trató de poner en contacto el mundo del arte y de la ciencia convocando veladas en su casa, a las que invitaba a amigos de mundos tan distintos para que intercambiaran puntos de vista.

Como gran químico, fue requerido por el gobierno zarista para informar acerca de diferentes menesteres técnicos que él aprovechaba para completar investigaciones acerca de los gases o los fluidos, etc. Pero, a partir de 1876, con la crisis del petróleo ruso, Mendeleev fue enviado a Pensilvania para que estudiara las refinerías americanas. Dmitri no solamente hizo eso, también estudió el sistema impositivo. Regresó con la idea de que era necesario quitar los impuestos al petróleo, aprovechar los recursos rusos y explotar pozos para acabar con la dependencia externa. La producción aumentó y se acabó la crisis.

Fue la rehabilitación del científico para la autoridad. A partir de ahí, se convirtió en experto consejero en temas industriales.  Habida cuenta de la precaria situación de la economía rusa, no sorprende que las ideas del químico se centraran en un rublo de oro estable y en crear una industria en la Rusia de finales de siglo combinando protección y reducción de impuestos energéticos. Su visión del mundo, después de viajar por Europa y Estados Unidos le llevaron a soñar con una industria rusa que compitiera. La reforma arancelaria, que no la supresión, fue clave. Sus recomendaciones llevaron a una guerra de aranceles que mejoraron a corto plazo el desarrollo de una industria que había estado sometida a políticas erráticas. Pero las instituciones del modelo de estado zarista no durarían mucho a pesar de los intentos de Mendeleev de mejorar la situación.

Murió en 1907, medio ciego, sin haber logrado el Premio Nobel tras haber quedado segundo en la lista en tres ocasiones.