Aunque te cautive, puede que el estómago, y si no éste, tal vez el temor, te impida pasar horas nocturnas en compañía de espantosos cadáveres descuartizados con sus fragmentos diseminados.
Esta frase de Leonardo da Vinci (1452-1519), quien tuvo que diseccionar cadáveres para observar el cuerpo humano y poder dibujarlo, no es en absoluto aplicable a Herófilo de Calcedonia. Parece ser que vivió entre los años 330 a 250 a.C. Al acabar sus estudios, Herófilo emigró a Alejandría, paraíso de la medicina en aquel entonces, donde estaba permitido diseccionar cuerpos humanos.
Hay que hacer un esfuerzo, pero es necesario imaginar qué pensarían los médicos de entonces al comprobar que, en determinadas partes del cuerpo humano, el cuello, la muñeca... estuviera la persona enferma o no, al posar un dedo se percibía algo parecido a un tam-tam, lo que hoy llamamos pulso. ¿Cuál sería la explicación ante semejante fenómeno? Herófilo, tras diseccionar miles de cadáveres, descubrió la causa real, explicó que el pulso más agitado era un síntoma de enfermedad y designó los diferentes ritmos con nombres tan poéticos como “salto de gacela” o “caminar de hormiga”.
Además, Herófilo diferenció entre pulso y espasmo, señalando que éste último tenía una causa muscular. También diferenció cerebro y cerebelo, identificó el sistema nervioso, los nervios que conectan la retina con el cerebro, designó el cerebro como el “órgano de la inteligencia” y es reconocido, no solamente como el padre de la anatomía sino también el primer neurólogo de la historia.
Pero también Herófilo tiene su reverso tenebroso. Para descubrir el pulso, su origen, etc., dicen algunos autores que le sucedieron que tuvo que realizar disecciones en vida a cientos de presos condenados. No me habría gustado conocerle, seguro que tenía una personalidad peculiar. ¿Justifica el avance de la ciencia semejante aberración? ¿Las vidas salvadas gracias a sus descubrimientos opacan la monstruosidad que cometió? Es difícil juzgar a día de hoy. Pero cuando una mirada encendida de un seductor anónimo me acelere el pulso no quiero recordar la historia de su descubrimiento, cerraré los ojos y me dejaré llevar.