Christiaan N. Barnard
Ciencia Humana

Christiaan N. Barnard: el cirujano de los corazones

Transplantó el primer riñón y el primer corazón, y de la noche a la mañana se convirtió en una estrella mediática.

Christian Neethling Barnard nació en 1922 en Beaufort West (Sudáfrica) en el seno de una familia blanca, humilde y religiosa: su padre era misionero de la Iglesia Reformada de Holanda. Tal vez la muerte de uno de sus hermanos a la edad de cinco años debido a una afección cardíaca fue una de las razones que explica que dos de los Barnard estudiaran cirugía cardíaca.

Christiaan estudió en Ciudad del Cabo y, después de ejercer la medicina en una pequeña ciudad rural cercana a la capital, se especializó en cirugía cardíaca en la universidad de Minnesota en Estados Unidos. Allí fue donde pasó sus mejores años como investigador: trabajó junto a los principales pioneros en trasplantes y aprendió todo lo que necesitaba sobre cirugía.

A la vuelta se colocó en el Groote Schuur, uno de los principales hospitales de Ciudad del Cabo y ascendió como cirujano cardíaco muy rápidamente. Allí montó la primera Unidad del Corazón de Sudáfrica. Allí realizó en octubre de 1967 el primer trasplante de riñón. Y allí, tras experimentar con muchos animales, intentó el primer transplante de corazón en diciembre de ese mismo año.

Una joven fallecida en accidente de tráfico alargó la vida de un fornido comerciante, pero solamente durante dieciocho días. Los medicamentos inmuno depresores necesarios para preparar la operación tenían como efecto secundario que exponían al paciente a cualquier enfermedad. Christiaan no cejó en su empeño y trasplantó un corazón de un mulato en el cuerpo de un dentista blanco dos meses después, en enero de 1968. Y de la noche a la mañana se convirtió en una estrella mediática.

Sus progresos como cirujano cardíaco fueron modestos. El segundo trasplante permitió alargar dieciocho meses la vida de una persona. Y en total, el porcentaje de pacientes que sobrevivieron a la operación muchos años no fue espectacular. Por otro lado, es cierto que se trataba de los pioneros y los fármacos tampoco estaban tan evolucionados como ahora.

Sin embargo, el impacto mundial fue de tal envergadura que el guapo doctor Barnard, con 45 años de edad, realizó giras mundiales para ser entrevistado en las televisiones de muchos países, se codeó con grandes estrellas del cine, la música, la política y las letras en las fiestas más sofisticadas de Estados Unidos y Europa y se convirtió en un personaje. Esa fama y las infidelidades que él mismo reconocería en su autobiografía desembocaron en el divorcio de su primera mujer, tras 20 años de matrimonio y dos hijos en común. André, al cabo de un tiempo, moriría de sobredosis. El propio doctor Barnard, que nunca superó su muerte, llegó a afirmar que su hijo no pudo reponerse del divorcio. También explicó que para él nunca murió, siempre esperaba que apareciera en cualquier momento.

El famoso médico no hallaría nunca la paz afectiva. Tras casarse el mismo año del divorcio con la joven alemana heredera del “rey del acero”, Barbara Zoellner, Barnard siguió con la misma doble vida que hasta entonces. Por un lado, era un esforzado cirujano que creaba una fundación para que los más necesitados pudieran ser operados de las afecciones cardíacas, también comenzó a escribir novelas que llegaron a ser best-sellers; y, por otro lado, continuaba con su ajetreada vida pública y su fama de play boy.

Al cabo de 12 años y dos hijos Barbara se divorcia de Christiaan. Más adelante afirmaría: “Me casé demasiado joven”. Ciertamente, él tenía cincuenta y dos años y ella diecinueve. Dos años más tarde, en 1984, el doctor Barnard, conocido como “el doctor de los corazones” por sus sonados idilios, se retiró de la cirugía: desde muy joven padecía artritis reumatoide, sufría de dolores en silencio y había comenzado su carrera de escritor para amortiguar  la retirada segura que él veía ya venir. Pero la falta de ocupación le llevó a cometer el peor error de su vida profesional. En 1986 promocionó una crema anti envejecimiento a cambio de un contrato millonario. La crema Glycel fue denunciada en Estados Unidos por fraude: los efectos no eran los que se afirmaba en su promoción. La profesión se le echó encima. Él protestaba: “He trabajado muy, muy duro para ganarme la vida, y gracias al duro trabajo y a los dones que Dios me dio he conseguido un nombre acreditado”. Pera Barnard, mientras trabajó de cirujano nunca vendió ni sus avances, ni utilizó su nombre para publicidad, por más que llegaron a ofrecerle hasta 50.000 dólares por sus guantes de operar. Pero ahora que estaba retirado ¿por qué no?.

Se arrepintió toda su vida.

En plena gira promocional se casó de nuevo con una alemana cuarenta y un años menor que él, con la que también tuvo dos hijos. La menor de sus hijas nació cuando él contaba con 74 años. En varias entrevistas afirmaba que su tercera esposa, Karen, era con la que se encontraba más a gusto porque era la menos celosa. Se divorció de ella en el año 2000.

A partir de 1987 se dedicó a la investigación médica y dirigió cuatro equipos en el Instituto Max Planck y en la Universidad de Heidelberg, ambos en Alemania, un tercero en la Universidad de Oklahoma, en Estados Unidos, y, por último, otro en Suiza.

Con el dinero ganado, sobre todo con los cosméticos, compró una finca en el lugar en el que nació, en la que se dedicó a criar animales salvajes en libertad y a disfrutar de sus hijos.

Su mayor remordimiento fue no haber luchado más denodadamente contra la discriminación racial en Sudáfrica: “Luché lo que pude desde donde estaba pero no me jugué el cuello”.

Murió de asma tomando el sol en la piscina de un complejo hotelero en Chipre donde pasaba las vacaciones. Como un bon vivant.

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