La historia de Augustus de Morgan se puede resumir en una palabra: congruencia. A lo largo de su carrera, renunció al éxito oficial con tal de no traicionarse a sí mismo. No tuvo una vida exactamente fácil. Era hijo de un coronel inglés destinado en la India, donde nació en 1806. Quedó ciego de un ojo a los pocos meses de nacer y eso le valió la burla de sus compañeros en la infancia. No practicaba deportes, no llegó a desarrollar su amor por la astronomía más adelante, cuando, de la mano de John Herschell, se inició en el estudio de los astros. No podía usar telescopios ni otros instrumentos de laboratorio. Siempre tuvo cierto complejo por causa de su defecto físico. Tampoco se sentía muy integrado en su país. Después de que su familia pasara tanto tiempo en la India, y a pesar de haberse criado en Inglaterra, se definía como un británico “desarraigado”.
Pero no era un hombre amargado. Ni mucho menos. Sus cartas dibujan a un perfecto caballero, con un enorme sentido del humor, agudeza y permanente cordialidad. No fue el mejor estudiante, a pesar de su enorme capacidad. La razón es que no se ciñó al modo de enseñar de Trinity College de aquella época, que se centraba en la preparación para los exámenes de tripos, que establecían un ranking de alumnos. La competencia era feroz. Pero a Augustus le gustaba aprender, mucho más que competir. Y en matemáticas, estudiaba de todo, no se especializó en la competición por los tripos. Ello le impidió estudiar lo que quería y donde quería.
Tampoco fue de ayuda su manera de entender la relación entre religión y universidad. Él pensaba que la universidad debía ser neutral respecto a las creencias religiosas. Por lo cual, cuando intentó ser profesor en la Universidad de Cambridge y le explicaron que debía expresar por escrito su adhesión religiosa a la Iglesia de Inglaterra, prefirió quedarse sin trabajo. Más adelante tendría que superar una prueba de coherencia similar. Cuando James Martineau, destacado miembro de la Iglesia Unitaria, fue propuesto en 1866 para ser profesor del University College donde De Morgan daba clase, y fue rechazado por su fe religiosa, Augustus De Morgan, de nuevo, dio un paso al frente y salió en defensa de la neutralidad universitaria. No concebía que nadie fuera discriminado por razón de su religión. Así que presentó una carta de dimisión. Fue aceptada. Ningún compañero le apoyó. Tras más de treinta años trabajando en el University College, su labor fue silenciada e ignorada.
Y, sin embargo, se casó con una mujer muy religiosa. Ambos respetaron siempre las dudas y la fe de uno y de otro y se amaron toda la vida. Compartieron un camino de esfuerzo y tragedia. A poco tiempo de abandonar su puesto en el University College, murió su hijo mayor, George, su sucesor. Con él había fundado la Mathematical Society of London, cuya peculiaridad era que además de mandar artículos éstos se leían y discutían. A los tres años, moriría otra de sus hijas. Augustus De Morgan no pudo aguantar el dolor y murió en 1871 de “postración nerviosa” en palabras de su mujer, Sophie, que es tanto como decir que murió de dolor.
Desde mi punto de vista, su éxito fue triple. Como profesor, no tenía rival. Su método era diferente, innovador, eficiente y sus alumnos le adoraban. Gracias a ellos recibió una pensión tras su dimisión. La fuerza de los hechos supera cualquier palabra.
Como investigador, escribió sobre cálculo, astronomía, filosofía del método matemático, historia de las matemáticas, teoría de la probabilidad y fue capaz de unir para siempre la lógica y la matemática inspirando a otros autores como George Boole. Aunque no fue el más claro o el más maduro, si se percató de que el algebra podía ser concebido como un sistema de símbolos cuyas leyes pudieran ser codificadas independientemente. Su Lógica seguía la misma pauta: una codificación independiente basada en símbolos.
Y en tercer lugar, su correspondencia indica el enorme aprecio y respeto que sus colegas y amigos le profesaban: John Stuart Mill, John Herschell, William Whewell, el matemático irlandés William Rowan Hamilton, y discípulos como George Boole o William Stanley Jevons, así lo atestiguan.
Su pluma amena e incisiva da prueba de su versatilidad y su brillantez. Escribió muchos libros y artículos, tanto científicos como divulgativos. Y, además, desarrollo dos pasiones de forma paralela a sus intereses académicos. Una, la música, que fue su refugio de niño, al no poder integrarse en los equipos deportivos: era un fantástico flautista. Y la segunda pasión eran los libros, fue un magnífico bibliófilo. Escribió acerca de la bibliografía fundamental de la ciencia matemática y, como curiosidad, era capaz de reconocer una carta de Newton verdadera de una falsa.
Pero su mayor triunfo fue, sin duda, la lección de honestidad y coherencia, por encima del éxito profesional.