Hay personas excepcionales, que destacan de forma tan sobresaliente, que nos hacen ver lo normales y corrientes que somos el resto y pensamos que esta genialidad es una especie de don divino el cual no se nos ha otorgado. Por lo que la búsqueda de los orígenes del genio, encontrar qué hace que alguien sea excepcional, es algo que ha inquietado a diversos investigadores a lo largo de la historia. La ciencia estudia cuáles son los genes que intervienen en dotar de genialidad a las personas y por qué en algunos se desarrolla dicha “genialidad” y en otros no.
En el siglo pasado, el neurólogo Oskar Vogt fue uno de los neurólogos que intentó encontrar el “origen del genio”, interviniendo en la creación del “Instituto de investigación cerebral de Moscú” donde se almacenaban cerebros de personajes famosos para su estudio, desde el cerebro de Lenin hasta el de Sajarov (premio Nobel). Se buscaba demostrar las capacidades superiores del hombre desde un punto de vista biológico, una diferencia “palpable” en la neuroanatomía de estos cerebros, sobre el resto. Por el contrario en la actualidad hay estudios, como los llevados a cabo por Anders Ericsson y otros psicólogos, que buscan ese origen pero no desde la perspectiva de que el genio nace sino que se hace.
No obstante dicho origen no se puede establecer a día de hoy con exactitud, si sabemos que una gran parte puede ser genética, como músicos que muestran de forma innata un talento excepcional para su arte, pero también hay una gran parte de trabajo personal y aprendizaje, lo que llevaría a una influencia ambiental. Existen así una serie de procesos que hacen que ciertas personas sean tan excepcionales en algunas actividades, por ello identificar y saber cómo se desarrollan es una de las vías de estudio que se están llevando actualmente a cabo, parafraseando al anteriormente mencionado A. Ericsson: “El talento no es la causa, sino el resultado de algo”.
Una de las diferencias entre los genios y los que no lo son sería que en la práctica de la actividad en la que destacan invierten de forma más efectiva sus recursos, mejorando continuamente sus habilidades y buscando la superación constantemente. Así el talento o la genialidad no son un factor estático sino algo que podemos adquirir y desarrollar a lo largo de nuestra vida, descartaríamos entonces la tópica idea de que el genio lo es por determinación genética o por una diferencia en algún “rincón de su cerebro”, no existe por tanto una genética especial con la que se nace, sino una interacción constante entre el mundo exterior y nuestro ADN.…pero no nos engañemos, pese a que parece ser que no estamos inequívocamente predispuestos a ser genios o no, lo cierto es que sí es necesario una habilidad intrínseca a la persona, que va unida a ella desde que nace, por mucho que nuestro entorno nos predisponga a ser, por ejemplo, unos eruditos del violín, con unos padres que desde pequeño nos apuntan a clase de violín, una continuidad a lo largo de nuestra vida practicando, sino poseemos de forma innata la habilidad para la música, podremos conseguir a base de mucho esfuerzo, tocar el violín sí, quizá de forma mediocre o quizá seamos buenos violinistas, pero no genios dentro de la materia.
Necesitamos por tanto que tenga lugar una combinación de recursos, mentalidad, estrategias, persistencia, motivación y tiempo, además de una predisposición biológica. Pero dicha predisposición no es condicionante único e inexorable como hasta hace no mucho se creía para poder desarrollar nuestra genialidad, lo que es más importante es saber cómo gestionar eficientemente nuestra “herencia” y un entorno favorable.
Nuestra genialidad es que todos poseemos la capacidad de llegar a ser genios, todo lo que nos rodea nos moldea pero a la vez somos capaces de moldearlo, a día de hoy sabemos que el cerebro tiene una plasticidad que nos permite adaptarnos de formas diferentes y desarrollarnos constantemente a lo largo de toda nuestra vida…Así que todos podemos llevar dentro un genio…tan solo tenemos que encontrar qué es aquello para lo que tenemos una habilidad innata y perseverar en ello con la convicción de que realmente podemos ser genios.