En este 2014 Federico García Lorca habría cumplido 116 años y el 18 de agosto, se cumplieron 78 desde el día de su muerte. Pero quiero cambiar el tiempo y por eso voy a dejar de lado la fatídica fecha del 19 de agosto de 1936 y me quedaré con la del 5 de junio de 1898 eliminando también el condicional con el que me he referido a los años que han pasado desde su nacimiento. Así que rectifico; Federico García Lorca ha alcanzado la edad de 116 años. Ha llegado hasta ahí porque nunca murió. Con tan solo 38 años ya era inmortal y nada ni nadie ha podido acabar con él.
Se convirtió en un ser inmortal en el preciso momento que escribió aquello de “¡Me habéis dejado sobre una flor / de oscuros sollozos de agua!”
Este es el principio de uno de sus primeros poemas y, a partir de ahí, seguramente él mismo se dio cuenta de que ya nunca moriría. No contento con eso, se lanzó a dejarnos un legado de magia en poesía, prosa y teatro que en poco tiempo alcanzaría ese altísimo nivel que cualquier poeta de la historia hubiera querido para sí mismo. Lo mejor de todo es que las palabras vivían en él, brotaban de él sin esfuerzo y sin una organización previa para poder disponerlas de forma que llegaran lo más dentro posible de aquellos que las leyeran.
Lorca nació para decirnos a todos que el elixir de la eterna juventud residía en los trazos en forma de letras que emanaban de su pluma; nos lo decía constantemente y retaba con ello a cualquiera que pudiera pensar que podía acabar con su vida.
Se hizo dueño del agua… Cada vez que la vemos brotar se puede observar cómo su sonrisa se funde con el agua, recordándonos que aún sigue ahí.
Se hizo dueño de la luna… Ahora y siempre, cada vez que miramos a la luna vemos dibujado su rostro de mirada infinita.
Se hizo dueño de la sangre… Con la sangre se instaló en nuestras vidas para siempre. Incluso hay quien dice que si se presta atención, cuando tenemos delante agua, luna o sangre, se le puede escuchar diciendo que, a pesar de unos cuantos, nadie pudo acabar con él.