Ocurrió en la Feria del libro el otro día. Andaba yo por ahí toqueteando y ojeando todos los libros que me apetecían cuando escuché a alguien desgañitándose mientras decía: ¡Esto es una pesadilla! ¡Quiero despertar! Os cuento:
No hace calor, pero es insoportable tener que ver cómo sonríe la gente a mi alrededor. Esto pensaba el Sr. Scrooge cuando paseaba el sábado pasado por la calle Alcalá de Madrid, camino de la estación de Atocha. Esto es cierto ya que, aunque no lo creáis, el Sr. Scrooge no es tan solo un personaje de ficción al uso nacido en la cabeza de Dickens. No, el Sr. Scrooge fue tan real en la cabeza del escritor que algo sobrenatural hizo que se convirtiera en un personaje real y escapara del control de su propio autor. Scrooge existe y habita entre nosotros... Últimamente se le ha metido en la cabeza que no puede soportar a la gente que disfruta leyendo, cosa que odia profundamente, por lo que el mero hecho de rozar un libro le produce una especie de alergia adquirida, con una concentración de granos y heridas que le llevan a destruir todo cuanto tiene que ver con la literatura sin importarle lo que va dejando en el camino.
El caso es que nuestro Sr. Scrooge paseaba el sábado pasado por la calle Alcalá de Madrid, echando pestes de los transeúntes que se cruzaban con él. Como no podía soportarlo, decidió que seguiría su camino atravesando el parque de El Retiro. Aunque también le molestaran tanto el canto de los pájaros o el olor de las flores como el sonido del viento en las hojas de los árboles, pensó que por allí, además de atajar evitaría tener que cruzarse con gente feliz. Y así decidió entrar en el parque y continuar con paso firme por el mítico paseo de coches, mirando al suelo, sin pestañear, de tal manera que pareciera que iba contando los guijarros que aplastaba con sus zapatos a cada paso que daba.
Despotricando y mascullando queja tras queja mientras pensaba en cómo hundir aún más a escritores y editores, avanzaba sin advertir que una masa de gente se le venía encima. Iba tan absorto en sus maléficos planes que cuando quiso darse cuenta ya era demasiado tarde para evitar ser levantado en volandas. En su improvisado vuelo comprobó con auténtico pavor y espanto cómo miles de personas se acercaban, una por una, a las casetas de la Feria del Libro de Madrid. En todos los semblantes se podía ver la felicidad y esa sensación de placentera libertad que cualquier mortal puede sentir con tan siquiera tocar y oler las páginas de un libro. En su fuero más interno pudo sentir el espíritu presente de todos los autores que, como su odiado Dickens, habían dedicado media vida a lograr plasmar con palabras lo que muchos piensan, pero sólo unos pocos son capaces de expresar, aún a sabiendas de que las palabras son las mismas para unos u otros. La magia está en lograr el orden adecuado de las mismas. Podía sentir en sus propias carnes las noches sin dormir, las horas de documentación, el estudio y el enorme esfuerzo que supone escribir tan sólo una página que esté a la altura. Se impregnaba, además, del talento literario que flotaba en el paseo de coches; ese talento innato, mezclado con empeño y rutina, que tiene todo escritor de éxito. Mas lo que le llevó a la desesperación absoluta fue el comprobar cómo sonreían esos complejos seres que tenían la desfachatez de acercar este mundo de basura a todo tipo de público con sus malas artes editoriales. Eso pensaba Scrooge mientras gritaba ¡Esto es una pesadilla! ¡Quiero despertar! Y fue ése el último grito antes de darse de bruces en la caseta 144, dedicada a la literatura infantil y juvenil. Alevosía, creo que se llamaba ¡je!
La casualidad quiso que sus huesos fueran a dar contra el Cuento de Navidad de Charles Dickens. Fue entonces cuando el propio Dickens apareció a lo lejos, por el camino que lleva hasta el estanque y con un andar majestuoso se abrió paso entre la gente y, acercándose a la caseta 144, tomó a Scrooge por el brazo mientras realizaba movimientos convulsivos para lograr introducir al personaje dentro de su libro. Es un lugar del que nunca debería haber salido – se excusó Dickens – No volverá repetirse – prosiguió. Les ruego a ustedes que no tengan en cuenta este desagradable incidente y vuelvan a creer que nunca nada ni nadie podrá evitar que sigan existiendo esos seres con talento extraordinario, capaces de regalarnos esa sensación de libertad que nace con el simple hecho de leer un libro – concluyó. Atónitos, todos los que estábamos allí presentes nos miramos los unos a los otros, viendo cómo el maestro se perdía entre los árboles de El Retiro acompañado por nuestro estruendoso aplauso.
Ahora sé, os lo puedo asegurar, que podemos ir tranquilos a la Feria del Libro de este año y seguir disfrutando de la misma, tal y como hemos hecho desde hace 72 años. Por lo que parece no volverá a repetirse algo así. Aunque hay algunos que dicen que no es la primera vez que ocurre. Hay quien habla de caballeros andantes, vampiros, parejas de enamorados, policías camuflados que fuman en pipa, demonios, ángeles, guerreros... y todo lo que quiera ver su imaginación. Hay quien dice que esto ya ha ocurrido más veces, pero que ya no se sabe – aseguran - si es realidad o forma parte de la leyenda de la Feria.