Lo de buscar similitudes entre cosas o personas suele ser un ejercicio bastante entretenido. No compararé a José María Gabriel y Galán con Gustavo Adolfo Bécquer, aunque si lo hiciera, quizás encontraría algunas similitudes, aunque no lo creo. Algo me dice que si aquellos que sois profanos de las lecturas poéticas me hicisteis caso cuando os recomendaba empezar por Becquer, no me equivocaré si os recomiendo ahora que sigáis por Gabriel y Galán. En el goteo constante al que os estoy sometiendo con la poesía voy marcando unos pasos que unos querréis seguir y otros no, mas estoy seguro de que los que los sigáis no os arrepentiréis de ello. Y volviendo a lo de las similitudes, os cuento que ambos fallecieron casi con la misma edad – Bécquer 35 ; Gabriel y Galán, 34 – y que a los meses de nacer el segundo, falleció el primero. Curiosidades que no llevan a ningún sitio, pero que me hacen pensar si no habrá algo de misterioso en todo esto…
El caso es que si tomamos las Obras completas de Gabriel y Galán y abrimos por alguna de sus páginas – no por cualquiera -, volvemos a sumergirnos en una poesía fácil de leer y repleta de sensaciones. Y no digamos si empezamos por el final, donde vamos a encontrar poesías escritas por el autor cuando contaba entre quince y veinte años. Cuando con esa edad se es capaz de expresar de esa manera bien puede decirse que el mundo ha dado un genio para deleite del resto. No en vano, con apenas 30 años ya era el poeta más leído de España.
Comentaba que podría no ser buena idea abrir su obra por cualquiera de sus página y enfatizo este cualquiera, ya que podríamos darnos de bruces con versos que nos costaría comprender, pues éstos están escritos en castúo, que es como se denomina al dialecto que trata de aunar todas las hablas particulares de Extremadura. Si de primeras damos con alguna de estas páginas, podemos quedarnos boquiabiertos y cariacontecidos al leer cosas como esta…
… me ajogo con estos ansionis
y este jormiguillo que me jormiguea…
Una licencia que Gabriel y Galán se tomó a sabiendas de que debía hacerlo, para dejar alto y vivo el dialecto de una tierra a la que amaba y convencido de que la mejor medicina para mantenerlo vivo no era sino la poesía, un arma cargada de futuro, como dijo Gabriel Celaya. Un buen ejemplo que podrían imitar algunos…
Conviene hacer caso, y mucho, a esta parte de su obra, pues no habría mejor tributo que hacerlo y poner algo de nuestra parte por cumplir uno de los deseos del autor. Pero si volvemos a la parte en la que continúo insistiendo, aquella que supone mi pequeña cruzada por recomendar leer poesía a cualquiera que esté dispuesto a experimentar nuevas sensaciones a la hora de disfrutar de la lectura, abrid el libro, saltaos la serie Extremeñas y empezad a leer y comprobar cómo con una disposición mágica de las palabras, alguien es capaz de contarnos desde la vida en el campo, pasando por la familia, el amor, la religión y muchos más asuntos de forma que nos cale tan hondo que surja en nosotros un deseo interno de ser capaces nosotros mismos de hablar de esa manera, aunque en el fondo seamos conscientes de que es algo que sólo les ha sido otorgado a unos pocos elegidos.