Cuando las cosas vienen mal dadas desde que naces, puede ser por dos razones fundamentales: que hayas nacido con el drama grabado en tu destino, cosa improbable por poco demostrable y a la que es fácil apelar, o que hayas nacido en el momento y el lugar equivocados, en el entorno equivocado.
Muchas personas a lo largo de los años han tenido la mala fortuna de aparecer en el mundo en entornos complicados, hostiles, difíciles de manejar sin dejarse llevar por la corriente. Millones de personas a lo largo de la historia. Todos sabemos de casos en los que los protagonistas viven vidas dramáticas, sin atisbos de alegrías duraderas, aguantando un golpe tras otro; tratando de salir a flote con todas sus fuerzas, rodeados de un fango que acaba atrapándolos y hundiéndolos junto a la mayoría de los que les rodean. Muy pocos consiguen alejarse y salir victoriosos. Todos conocemos casos, aunque sea de oídas y a todos nos resulta trágico, conmovedor y digno de las más alta compasión. Sin embargo a la mayoría de nosotros nos ocurre que observamos estos casos como si estuviéramos viendo una película, porque ese no es nuestro mundo. Eso siempre les ocurre a otros. Está fuera del alcance de nuestro entendimiento, fuera de lo que consideramos una vida normal…
…Hasta que leemos una novela como La Taberna, de Zola. Cuando esto ocurre nos trasladamos a esos mundos que no son el nuestro y aparecemos allí, sin querer. Sufrimos con cada uno de los personajes que transitan como si fuéramos cada uno de ellos. Cuando leemos La Taberna, de pronto somos Gervais, vivimos todas sus angustias y descubrimos que no tenemos escapatoria, que estamos haciendo lo mismo que ella, porque también amamos al miserable Lantier y nos refugiamos en Coupeau, el plomero, el malogrado plomero - ¡qué mala pata, con lo bueno que era y en lo que se ha convertido! - donde quizás alcancemos a ver la luz de una vida mejor. No, no les está ocurriendo a otros. Nos ocurre a nosotros y llega un momento en el que tenemos que dejar de leer para poder volver a nuestra fantástica realidad; en esa que tuvimos la gran suerte de caer al nacer.
Émile Zola nos cuenta con tanta naturalidad, con tal cantidad de detalles, con ese lenguaje del barrio obrero parisino de finales del XIX, implantando a nuestro alrededor la decadencia, el alcohol, la prostitución, el maltrato a hombres, mujeres y niños, la muerte.
No acabaréis la novela con un gran sabor de boca. Vais a sufrir de verdad y habrá momentos en los que tendréis la tentación de dejar de leer por lo crudo de su argumento. Pero no podréis hacerlo, porque es tal la maestría en el uso del lenguaje, de los detalles y de la fotografía, que vuestro pequeño instinto masoquista hará que continuéis hasta el final.
La Taberna marca un antes y un después en la literatura francesa enviando a la sombra al mismísimo Victor Hugo y sus Miserables. Como el propio Zola dice, estamos ante una obra llena de verdad, la primera novela acerca del pueblo que no miente y que huele a pueblo.
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