Cuando se ven amenazados, los erizos se enrollan sobre si mismos mostrando todo el esplendor de las púas que los recubren a modo de defensa. No atacan ni intimidan. Tan sólo quieren ir a lo suyo, pasar desapercibidos sin que nadie les moleste y vivir la vida que les ha tocado.
¿Qué ocurre cuando el destino junta a tres personas diferentes de la mayoría? ¿Qué ocurre si ni siquiera lo saben? Tres personas afines, que sienten y padecen de forma distinta, están destinadas a que sus pensamientos y sensaciones se entrelacen sin remedio. Guardando sus púas sin temor a ser atacados…
Al sumergirnos en La elegancia del erizo comenzamos, desde el principio, a sufrir por Paloma y a gritar a Renée que se equivoca, que debe superar sus orígenes y vivir. Queremos ser la llave que abra la puerta de los triunfos a cada una de las dos. Necesitamos presentarlas para que se conozcan de una vez, para que formen piña y descubran – la una en la otra – que siempre hay un lugar para las ilusiones.
Al continuar viviendo las historias paralelas de Renée y Paloma, descubrimos que queremos ser Kokuro, el misterioso japonés que llega, como enviado por la providencia, a poner cierto orden en las complicadas mentes de las dos protagonistas, haciendo de nexo entre ambas e inventando una coreografía adaptada, exclusivamente, para ellos, mientras ven pasar las vidas de los otros, los que no son de su mundo, como si fuera una película.
Muriel Barbery, la autora, pretende que no jueguen con el destino, pero sus propios personajes se rebelan y no sólo ignoran la voluntad de quien los ha creado, sino que pretenden manejarlo a su antojo. Sin embargo, el destino está ahí siempre, bailando con los tres y haciéndose fuerte para dar el golpe final. No lo sospechan, pero, al menos, han llegado a tiempo de vivir un sueño imposible.
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