Llegué tarde, muy tarde – contaba mi bisabuelo – y cuando quise darme cuenta, María Belltall y Onofre Bouvila ya se habían marchado. Si me hubiera dado más prisa – decía siempre el hombre – y me lo contaba con lágrimas en los ojos. Aquella tarde también me lo contó y se lamentó por no haber llegado a tiempo. Poco después, a las pocas horas, moría plácidamente en su ancho butacón de grandes orejas. Esa enfermedad que invade el cerebro y la memoria se habían apoderado de él desde antes de que yo naciera y nunca pudo contarme la historia que precedía a ese final tan lastimoso que revivía una y otra vez.
Yo era tan pequeño que realmente no comprendía qué era lo que mi bisabuelo quería decirme, pero lo que si puedo asegurar es que aquellos nombres se grabaron en mi mente para siempre, sobre todo el de Onofre, Onofre Bouvila. El de ella lo pronunciaba suavemente, pero el de él lo hacía con un exagerado acento en la segunda “o” de Onofre, como si quisiera enfatizar algún tipo de despecho contra él. Por su parte, mi abuelo – su hijo – nació sordomudo, por lo que, a pesar de escuchar – a su manera - de mi bisabuelo la historia completa de Onofre y sus andanzas por la Barcelona de final del siglo XIX y principios del XX, nunca pudo contarlo, de tal forma, que mi bisabuelo se llevaría a la tumba cualquier explicación acerca del enfático O-nóf-fre que pronunciaba de forma tan despectiva.
Crecí, maduré y no le di excesiva importancia a todo esto. Nadie pudo explicarme nada, con lo que, siendo tan pequeño, aquella efímera y lastimosa queja se me fue olvidando, hasta que un día cayó en mis manos un libro que contaba la historia de Onofre Bouvila…
El tal Onofre resultó ser un hombre con mucha vida que contar, desde que llegó a Barcelona en 1887, justo un año antes de que se celebrara la primera Exposición Universal, época en la que llega arruinado de la Cataluña rural para labrarse un futuro. La vida de Onofre es toda una epopeya de alguien que, partiendo de cero, llega a ser una de las figuras más prestigiosas de la época. El libro nos cuenta toda su vida y sus encuentros con Rasputín, Mata Hari, Picasso, Gaudí, Sara Bernhardt y muchos otros personajes históricos que van pasando por la vida de Onofre mientras él crece a toda velocidad en la sociedad barcelonesa de la época, no sin dejar de utilizar su astucia y sus nada recomendables métodos, embistiendo todo lo que se le pone por delante sin reparar en daños. La verdad es que Onofre se labró la admiración de muchos y el desprecio y el odio de otros – entre los que debía encontrarse mi bisabuelo -.
Es curioso que llegara a mis manos La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza, como curioso es que en sus páginas se mezclen realidad y ficción, personajes reales e inventados por su autor, situaciones que Mendoza asegura que le ocurrieron a unos y a otros sin saber, a ciencia cierta, cuánto hay de verdad y cuanto de invención. Realmente se trata de una novela en la que descubrimos a un personaje ambicioso y sin escrúpulos que pasa de nada a todo en la época que transcurre en Barcelona entre las Exposiciones Universales de 1.888 y 1.929. Toda una vida con la que Eduardo Mendoza intenta confundirnos. Pero no, se trata de ficción, aunque narrada de tal manera que casi no eres capaz de discernir y llega un momento en el que te parece que tu propia carne y tu propio espíritu se han trasladado a esa época, con todas las gentes que se pasean por la novela. Pero es ficción a pesar de todo.
Algo así debió ocurrirle a mi bisabuelo, el pobre… Aunque, ¡esperad un momento! ¡Eduardo Mendoza no había escrito nada aún cuando a mi bisabuelo le dio por echar pestes del tal Onofre Bouvila! ¡Uf! Es posible que algo se haya apoderado de mi cerebro. Creo que tendré que releer La ciudad de los prodigios para salir de dudas.
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Título: La ciudad de los prodigios
Autor: Eduardo Mendoza
Editorial: Seix Barral
ISBN 9788432217104
Nº de páginas: 544 págs.
Encuadernación: Tapa blanda bolsillo
Lengua: Español