Hartos estamos de escuchar a muchas personas hablar mal, escribir mal, expresarse mal. Me refiero a personas a las que se les supone un nivel de cultura; personas con una profesión en la que la expresión hablada forma parte de su día a día. Hablamos de periodistas, políticos, profesores,… a las que les gusta rizar el rizo utilizando el lenguaje de la calle; como dice el autor, el lenguaje “de la calle de la ignorancia”
Podría parecer un simple tratado del lenguaje, del mal lenguaje, explicado – eso sí – con mucho arte y maestría gracias a un mago de las palabras que luchó, hasta el día de su muerte en 2004, por defender el idioma español e intentar dejarlo a la altura que le corresponde. Pero no es sólo eso…
Palabras como “supertriste”, patadas al idioma como “dijistes” o “voy a decirte de que…”, extranjerismos solapados o desmesuras deportivas… Si decimos que “el marcador permanece inalterable…”, por ejemplo, estamos cerrando cualquier oportunidad para que alguno de los equipos marque un gol. Una colección de términos que el autor ha ido cosechando desde 1976, para sacarlos a la luz con la correspondiente crítica de cada uno de ellos y, mejor aún, la correspondiente explicación de por qué es un término, un vocablo, una expresión mal construida o mal utilizada.
Podría parecer un simple tratado del lenguaje, del mal lenguaje, pero no es sólo eso. Estos dos libros desentierran el origen de este mal uso de las palabras, invitándonos a poner en práctica un análisis de nuestra conciencia para lograr que nuestros hijos no cometan los mismos errores lingüísticos que nosotros. Como dice el autor, “todo comienza en la escuela” Si, cuando uno tiene cierta edad y unos vicios adquiridos, resulta muy complicado corregirlos y mucho más complicado aún evitar que los hijos adquieran esos mismos vicios. Y mucho peor aún si los profesores de nuestros hijos hacen dicen las mismas palabras erróneas una y otra vez. Sin embargo hay dos salidas: Una es la duda. La duda es buena si se toma con cautela, ya que una duda obsesiva podría desencadenar en un enmudecimiento y un temor absoluto a expresarse en público. La otra es, cómo no, leer mucho, estudiar mucho, atención extrema y autocrítica sincera. El propio Lázaro Carreter aplicó la autocrítica en la presentación del segundo libro, confesando que él era el primero que se equivocaba, tal y como le ocurrió en cierta ocasión en la que hablaba de Santa Teresa de Jesús, refiriéndose a ella como “testiga de Dios”. Así lo contó y dispuso que si el propio autor de El dardo en la palabra cometía estos errores, los demás quedábamos absueltos.