Dice la historia que Herodías, esposa de Herodes, convenció a su hija Salomé para que pidiera a su padrastro la cabeza de Juan el Bautista como premio por bailar ante él en la fiesta de celebración del cumpleaños del rey. Salomé bailó como nunca, engatusó al marido de su madre y cuando éste le preguntó qué quería como recompensa por tan seductor regalo, ella pidió la cabeza del Bautista. La mujer que seduce para aprovecharse de la debilidad del hombre, la mujer manipuladora que usa sus encantos para que los hombres cometan atrocidades. Esa es Salomé en el imaginario popular.
Pero al mirar el cuadro de Caravaggio, es fácil sorprenderse ante las expresiones de los rostros que componen la pintura. La cara de Salomé no es victoriosa, el verdugo que mira la bandeja tiene una expresión de tristeza, casi de compasión. Y la explicación estriba en la cabeza del Bautista, que no es otro que el propio Caravaggio.
El cuadro era un regalo para el Gran Maestre de los Caballeros de la Orden de Malta, Fra Alof de Wignacourt, en un intento de lograr su perdón. Michelangelo había trabajado para él y se había beneficiado de su protección, pero una vez más, su mala vida le llevó a perder el favor de los poderosos.
En plena Contrarreforma, el rey del claro-oscuro era también un juerguista, parrandero, violento, y aficionado a jugar en la frontera de la ley. Si a eso le sumamos su fama de homosexual, en una época en la que la homosexualidad estaba condenada con la pena de muerte, obtenemos la imagen de un hombre muy especial.
Su rebeldía abarcaba también a su estilo pictórico. Varios de sus cuadros fueron muy cuestionados por la Iglesia. Pintó la muerte de la Virgen María y fue interpretado como una herejía por cuestionar la asunción a los cielos como establece el dogma. Pintó a una Virgen María que mostraba las piernas y fue considerado como impúdico. Sin embargo, fue un pintor que presentaba los pasajes bíblicos interpretados por personajes tan humanos que conmovían y les acercaban a la gente.
Su popularidad como pintor y como hombre de vida turbia acabo a su muerte, ocurrida en extrañas circunstancias justo cuando regresaba a Roma para obtener el perdón del Papa. Tuvo que pasar mucho tiempo para que su influencia en muchos de los más grandes pintores posteriores fuera reconocida, como Rubens, Ribera, Rembrandt o Bernini.