Cada año, cuando la primavera estalla, me vienen a la mente los cuadros de Monet. Esos lienzos llenos de colores, flores, naturaleza, sol y alegría, esas series de pinturas de nenúfares, de paisajes de Bretaña, del Sena, son para mí la primavera. Pero detrás de esa explosión de alegría hay una vida complicada y eso hace que la alegría que transmite su obra sea mucho más poderosa.
A Claude-Oscar Monet, nacido en 1841 en París (Francia), no le llamaban Claude, como es conocido habitualmente. Para sus padres era Oscar, y le tocó vivir toda la inestabilidad francesa de la segunda mitad de siglo, varias guerras locales y una mundial que le amargó el final de su vida. De adolescente pintaba caricaturas de políticos con un talento tan fuera de lo normal que se vio empujado por su propia habilidad al estudio de las bellas artes. Pero murió su madre. Y la vida no fue fácil desde entonces. Con 20 años, cuando gracias al madrinazgo de una tía ya se había instalado en París y se había hecho amigo de Delacroix y Pissarro, fue llamado a filas para ir a la guerra de Argelia. A la vuelta conoció a Camille, su primera mujer y madre de sus hijos Jean y Michel. Era una joven seis años mayor que él, de origen humilde que trabajaba de modelo artística. Además de posar para Monet, también lo hizo para Renoir y Édouard Manet. A la aburguesada familia Monet no le gustó nada esa unión y menos cuando Camille tuvo a su primer hijo. Acabaron casándose. Pero fue una historia de amor triste, teñida por la enfermedad precoz de Camille, que falleció al poco tiempo de nacer su segundo hijo, Michel.
Fue Alice, amante de Monet, quien la cuidó y quien terminó al lado del pintor ocupándose de los hijos de ambos. Alice era la mujer de Ernest Hoschedé, quien en 1876 encargó unas pinturas para el castillo de Rottembourg y a partir de entonces se hicieron amigos. Alice y Ernest tuvieron seis hijos y vivieron junto a los Monet cuando Ernest se arruinó. La unión de ambas familias se materializó en el matrimonio de Blanche Hoschedé y Jean Monet, el hijo favorito de Claude-Oscar. La relación de los dos matrimonios era muy complicada. Cuando Ernest dejaba París y visitaba a su mujer e hijos en Bretaña, Monet se trasladaba a otro lugar y sufría de ansiedad, pensamientos obsesivos con Alice e insomnio. A pesar de lo cual, ya fallecida Camille, Alice sufría unos celos enfermizos de la madre de los dos hijos de Monet (aunque se especula acerca de la paternidad del menor de los Hoschedé) hasta el punto de destruir todas las fotos y testimonios de la presencia de Camille, excepción hecha, desde luego de las numerosas pinturas en las que Camille era la protagonista.
Monet aún tuvo que vivir la muerte de su hijo mayor en 1914 por enfermedad, siendo muy joven, y que el menor, Michel, fuera soldado en la I Guerra Mundial.
Fue a la muerte de Camille cuando el pintor bretón se dedicó a pintar paisajes. Y son esos lienzos los que aparecen en mi mente cuando llega la primavera, los que muestran la alegría que un alma sensible es capaz de ver a pesar de las circunstancias que puedan atribularla.
El cuadro elegido Les Coquelicots (Las amapolas) lo pintó en 1873, recién llegado de Inglaterra, donde residieron durante la guerra franco-prusiana. La mujer con la sombrilla y el niño que aparecen en primer plano son Camille y Jean, y realmente son una excusa pictórica para marcar una diagonal en el lienzo que separara las dos gamas de color de la obra. No hay una definición de caras, formas, flores y matorrales, pero mirándolo, se huele el verano y casi se oyen las chicharras.