Ese joven tan erguido y lozano que contrasta con aspecto curtido y sudoroso del resto del cuadro es Apolo. ¿Quién si no con ese aspecto “apolíneo”? Pero la pregunta que sugiere la vista de este cuadro es qué hace Apolo en la forja de Vulcano y los cíclopes. Chivarse. Apolo, dios del sol, había descubierto al amanecer, al salir por el horizonte, a Venus, esposa de Vulcano, con su amante, el guerrero Marte. Nunca Marte se vio en una situación tan ridícula como cuando cayó en la trampa de Vulcano, quien creó una finísima red de oro en la que atrapar a los amantes. Y así lo hizo.
No hubo divorcio. Solamente vergüenza. Y castigo para Alektrión, el amigo de Marte encargado de vigilar que no llegara el sol para que no fuera con el cuento a marido engañado. Pero cualquiera puede dormirse de aburrimiento en una guardia. Marte, en venganza le convirtió en gallo y le castigó a anunciar la salida del sol cada día.
Pero ¿qué hacía una diosa como Venus casada con uno de los dioses más feos del Olimpo? Vulcano nació feo. Tan feo que su madre, Juno, le expulsó del Olimpo. Unos autores dicen que, a pesar de crecer sin el amor de una madre, volvió tras ser reconocido como el artista de los metales en que se convirtió gracias a los cuidados de Tetis y Eurínome en la isla de Lemnos. De sus manos salieron el cinturón de Venus, el casco y las sandalias aladas de Mercurio, la armadura de Aquiles y el carro de Apolo. Pero una vez de vuelta, fue expulsado de nuevo tras enfrentarse con el mismo Júpiter. Éste le lanzó fuera del hogar celestial y Vulcano se quebró una pierna al caer. Otros autores afirman que no hubo regreso y se rompió la pierna en la primera expulsión, o que el enfrentamiento se debió a que defendía a su madre. Sea como fuere, su matrimonio con Venus (hija de Júpiter y Juno también) fue una manera de compensarle por tanta desgracia. No fue un matrimonio por amor. Venus, diosa de la belleza, no amaba a ese tipo mayor, feo, malhumorado, curtido por el oficio, y cojo. Amaba a Marte, el guerrero valeroso que maltrataba a todas pero a ella la adoraba. De esa unión adúltera nacieron el Terror y el Temor, representados por dos angelitos que acompañan a Marte siempre. Grande tuvo que ser la humillación del guerrero atrapado en la red de oro para engendrar esos hijos que nunca le abandonarían.
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