No es el más representativo de los cuadros de Wassily Kandinsky (1866-1944). Es uno más en una serie de “damas con miriñaque” que el artista representó. Pero me encanta cómo se percibe, siglos después y con trazos desdibujados y formas imperfectas, el ambiente refinado del París de principios de siglo que Wassily conoció.
Kandinsky en 1909 estaba en Alemania, pero su mente volaba y mostraba ese grupo de damas sofisticadas, de fina estampa, abanico en mano, que había tenido oportunidad de observar en su estancia parisina.
No fue su único viaje. Ruso de nacimiento, Kandinsky aprendió desde niño a amar la música y la pintura. A pesar de ello, estudió leyes y ejerció su profesión de abogado y docente en la Escuela de Leyes, hasta los 30 años. Aún no había girado el mundo con el cambio de siglo y poco podía imaginar Wassily lo difícil que le iban a poner unos y otros expresarse libremente. En la cima de su carrera de docente, casado con una prima mayor, y fiel a lo que sus padres y su entorno esperaban de él, Kandinsky vivió su personal revolución interior cuando en esos años conoció la pintura de Monet y escuchó Lohengrin de Wagner. Y, sin más, lo dejó todo y se puso a pintar. Fue por entonces cuando conoció a la pintora Gabriela Munter, a quien se unió y con la que nunca se casó a pesar de la insistencia de ella y de que estuvieron juntos casi veinte años. Con Gabriela viajó a Francia, a Münich, a Bavaria, con ella vivió la transformación de su pintura, la búsqueda de la expresión de una escena, objeto o sensación sin que necesariamente aparezca o se distinga ese objeto o esa escena. Por eso me gusta este cuadro, porque representa el inicio de su nueva vida, de su proceso de investigación íntimo en el mundo de la pintura, de la belleza, de “su” belleza.
La Revolución del 1917 le llevó a ayudar al nuevo gobierno a difundir la enseñanza del arte en su país. Pero tuvo que refugiarse en Alemania por desavenencias con las autoridades. Allí también creó escuela, el grupo “Jinete Azul”, que trataba de encontrar un punto de llegada a su búsqueda. La llegada de los nazis le condujo hasta Suiza y finalmente hasta Francia. Gabriela no fue su última pareja. Sin previo aviso y después de un flechazo inesperado, se casó con Nina Andreevskaya en 1917. Después de eso Gabriela dejó de pintar.
Amante de la música casi tanto como de la pintura, el versátil artista escribió también lo que serían los fundamentos del abstraccionismo, “De lo espiritual en el arte”. De su mano salieron frases en las que reflejaba su extraordinaria capacidad para relacionar y aunar diversos artes.
“El artista es la mano que, mediante una y otra tecla, hace vibrar adecuadamente el alma humana”.
“El color es un medio para ejercer influencia directa sobre el alma: el color es la tela, el ojo el macillo, y el alma es el piano con sus cuerdas”.
Observando las elegantes damas del cuadro con esos tonos anaranjados tan vivos, el sentido de estas citas adquiere su verdadero significado, y el alma se deja impactar por los colores y las figuras medio desdibujadas.
Pero Kandisnsky en mi casa es el pintor de la infancia de mis hijos. Yo les enseñaba mucho antes de que supieran leer, un catálogo con sus cuadros más importantes, y ellos se dejaban invadir por la explosión del color como quien se deja invadir por una sonata.