Arte Humano

El hombre en llamas. Clemente Orozco

Clemente Orozco aprovecha la arquitectura de la bóveda para representar al hombre prometéico que asciende envuelto en el fuego divino.

Los murales de Clemente Orozco no dejan indiferente a nadie. No solamente por las dimensiones, que a veces no permiten ver la obra de una mirada. Sino porque todos ellos tienen algo descarnado en sus trazos, en sus colores o en la temática. Tanto en Estados Unidos como en su México natal, plasmó la fuerza impactante de su personal interpretación de la vida.

En esta ocasión, El Hombre en Llamas es un magnífico ejemplo. Lamentablemente la vista en dos dimensiones no permite apreciar lo sublime de la obra de arte en su totalidad. Porque está pintada en una bóveda, en concreto, el la del Hospicio Cabañas de Guadalajara en el estado de Jalisco, que cuenta con otras obras magníficas de este autor y de otros. Zapotlense de nacimiento, el pintor posrevolucionario pintó 53 murales entre 1937 y 1939 en las paredes, bóvedas y cúpula del Hospicio. Era la época en la que estos pintores que vivieron el cambio de siglo mexicano querían popularizar la cultura y culturizar al pueblo pintando grandes obras en lugares públicos. Como explica Fernando Ureña Rib, una de las características que le diferencian de otros muralistas contemporáneos como Diego Rivera, de quien fue amigo, es que aplica la técnica florentina original consistente en mezclar temple y óleo.

El hombre en llamas aprovecha la arquitectura esférica de la bóveda para representar a un hombre que se contorsiona y asciende envuelto en fuego. El dolor humano, siempre presente en sus murales, fueran dedicados a la revolución, a temas religiosos o a representar un arquetipo social (como La Meretriz o El Hidalgo), está también reflejado en esta soberbia obra, en las caras de los hombres grises oscuro y negro, perfilados en blanco, tumbados a los pies de la bóveda. Situada a 27 metros de altura, la mejor manera de verla es tumbándose en el suelo para contemplar los 11 metros de pintura en todo su esplendor. Las interpretaciones de esta llamativa obra aluden a la superación del mundo prehispánico o al terrible destino que nos depara el que, después del fuego, todo será tinieblas.

Pero yo me quedo con la que considera que es un desarrollo de otro tema que Orozco ya había tratado: el Prometeo que roba el fuego a los dioses. Parece más acertada esta visión de un hombre prendido por el mismo fuego robado elevarse por virtud del conocimiento iluminado que Prometeo le quitara a los dioses para que los humanos también disfrutaran de él.

Una maravilla que no habría descubierto si no fuera por Rafael Abascal Pantoja y su familia.

 

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