Vari Caramés (Ferrol, 1953) desenfoca de manera autodidacta, de la misma que mira, al margen de las modas, el mundo que le rodea. Para él la fotografía es una metáfora de lo cotidiano y la sencillez, de lo sorprendente y lo mágico, una búsqueda constante de la atemporalidad que inmortaliza en imágenes difusas, metafísicas. Lo logra mediante técnicas tradicionales y, por encima de todo, diseccionando lo trivial.
Y lo hace como si observase a través de la bruma y la lluvia fina de su tierra. Esa es la ventana por la que descubre el mundo, se introduce en él y lo transforma en escenas ambiguas, evanescentes, casi sin delimitar. En sus instantáneas las formas resbalan como desmintiendo la realidad, porque huye de ella y de la imagen documental. En su obra flota la poesía de la indefinición, la espontaneidad y el vértigo de la sorpresa.
Su padre pintaba, también creaba artefactos de hierro forjado y fue el culpable de la afición adolescente de Vari Caramés por la fotografía. Tenía 15 años cuando le regaló una cámara Voigtlander Vitoret, totalmente manual. Más tarde, utiliza la fotografía como apoyo en sus estudios de arquitectura técnica, que jamás terminó. Hoy sigue venerando el sistema analógico: los disparos meditados, la textura de la película, la atmósfera del laboratorio. No obstante, es amigo del azar, de lo inesperado, de dejarse llevar. A ello contribuye su tendencia a la melancolía, a los espacios brumosos y el recuerdo.
La Sala Canal de Isabel II de la Comunidad de Madrid acoge una exposición dedicada a Caramés, que no pretende ser una retrospectiva estricta de su obra, aunque sí engloba la mayoría de su producción. Las comisarias Blanca Berlín y Nerea Ubieto proponen un viaje a través de la luz y el color. Los conceptos algo, nada, siempre actúan como pinceladas difusas de un corpus de trabajo íntegro y unitario. El lirismo de lo cotidiano que caracteriza la obra del fotógrafo gallego se estructura en un recorrido cronológico que su evolución.
Se muestra en primer lugar una selección de las imágenes más recordadas de Vari Caramés. A estas le sigue la obra en blanco y negro —producida hasta los años 2000—, retratos, bodegones, paisajes y fotografías de calle. La serie Nadar —la natación como manera de relacionarse de modo fluido y relajado con el mundo— se inició a finales de los años 80 en la piscina de La Solana de La Coruña (donde él acude con asiduidad). En ella se aprecia un cóctel de ingredientes propios de su ADN fotográfico: agua, misterio, sorpresa, juego… Burbujeantes y enigmáticas sensaciones acuáticas.
La serie Color (del año 2000) es la primera en la que el fotógrafo reflexiona y traduce sus mundos del blanco y negro al color, mientras que Tránsito (2004) explora la frontera entre la fantasía y la realidad. Pasatiempo contiene 11 fotografías de Vari Caramés y un DVD con una película homónima. ¿El escenario? Un jardín romántico abandonado, ubicado en Betanzos. Allí crea una alegoría otoñal, crepuscular, en la que plasma el paso del tiempo y la fragilidad. Se trata de un montaje de Ángel Rueda del que se han editado únicamente 30 ejemplares, numerados y firmados por el fotógrafo. La película en Súper 8 recrea el deslumbramiento y la sorpresa del artista, transitando con su tomavistas como un niño perdido en un sueño.
La serie Lugares, su último trabajo, alude a los sueños, a los espacios inventados en los que nunca ha estado y a lo mejor ni siquiera existen. Su sentimiento lo expresó a la perfección Alejandra Pizarnick: “Escribes poemas porque necesitas un lugar donde sea lo que no es”.
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