El Museo Guggenheim Bilbao presenta, a partir del próximo 20 de noviembre, la obra y evolución artística de Vasily Kandinsky, uno de los principales renovadores de la pintura de comienzos del siglo XX y reconocido teórico de la estética. Las pinturas, procedentes en su mayoría de los fondos de la Fundación Guggenheim de Nueva York, muestran la cruzada personal del artista ruso contra las convenciones y su certeza sobre el poder espiritual del arte.
Vasily Kandinsky era un visionario, un tipo convencido de que el arte no era/es una mera representación de la belleza, de la realidad, incluso de la emoción íntima de un artista concreto en un momento histórico preciso. Ni siquiera un impulso condicionado por la cultura, la estética o las tendencias/ismos predominantes en según qué contextos. No. Para Kandinsky la pintura era una necesidad interior, ligada además al resto de las artes, sobre todo la música.
El color como tal, la capacidad de aislar cada tono del resto del objeto, lo descubrió a muy temprana edad. El despertar del sonido en su pintura sucedió algo más tarde durante una representación de Lohengrin en el Teatro Imperial de Moscú. Casi al tiempo, topó con el Heno de Monet. Fue un stendhalazo escandaloso. Entre Monet y Wagner, Kandinsky se montó una peli surreal donde los colores y las notas susurraban el lenguaje de la mística.
Él, Kandinsky, que había sido obediente, que había cumplido con las expectativas de su familia, que había estudiado ciencias y derecho y se había comportado como todos esperaban, se borró del paisaje de la docilidad para crear el suyo propio. Un universo cromático exuberante de emoción y sinestesias que transformó el concepto de “pintura” para siempre.
El cambio de siglo y su revolución interior lo llevaron a Múnich, donde y durante más de una década se entregó a la experimentación con el color, la ausencia de formas definidas y las composiciones abstractas. Al estallas la I Guerra Mundial, regresa a su país natal. Allí se topa con el lenguaje utópico de las vanguardias rusas. Posteriormente, se integra en elenco docente de la Bauhaus, con la que comparte la convicción de que el arte posee la capacidad de transformar a las personas y a la sociedad.
Es entonces cuando Solomon R. Guggenheim se interesa por su obra, por el simbolismo de sus formas y los efectos espirituales de su lenguaje artístico. El coleccionista norteamericano adquiere la espectacular Composición 8 (1923) y otras piezas menores (de tamaño, se entiende). Hoy en día, la Fundación Guggenheim posee más de 150 piezas de este artista fundamental en la historia de la pintura y la abstracción.
Obligado de nuevo a abandonar Alemania cuando la Bauhaus cierra bajo las presiones nazis en 1933, Kandinsky se traslada a París, cobijándose bajo el manto del surrealismo y las fuerzas de la naturaleza. Este último periodo es de los más prolíficos del artista, quien experimenta con nuevos materiales, suaviza las formas y templa su paleta cromática. También regresa a los formatos a gran escala e incorpora elementos surrealistas, sin duda influido por Paul Klee.
Cincuenta y siete de sus obras son confiscadas por los nazis en la purga de arte degenerado de 1937. Los estalinistas de la Unión Soviética clausuran museos y envían las pinturas de Kandinsky a los almacenes. El 13 de diciembre de 1944, Vasily Kandinsky fallece en Neuilly.
La muestra del Guggenheim, comisariada por Megan Fontanella, repasa toda la trayectoria artística de Kandinsky de forma cronológica. El recorrido permite comprobar la evolución del pintor de origen ruso, desde sus imágenes tempranas todavía figurativas, hasta la abstracción más profunda y espiritual de sus últimas piezas.
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