Puede parecer exagerado (tal vez lo sea) referirse a Tomoko Yoneda como la fotógrafa de la memoria universal si nos atenemos exclusivamente al espacio temporal o a los acontecimientos históricos que explora en su obra. No así cuando nos referimos al territorio: el ámbito geográfico de su trabajo se extiende desde Europa hasta Sudamérica, pasando por Oriente Medio, Japón, Corea, Taiwán y China. ¿Qué ve Yoneda cuando mira? Principalmente el pasado. Un pasado reciente convulso, siempre vinculado a la condición humana.
Tomoko Yoneda nació en Akashi (Japón, prefectura de Hyōgo) en 1965. Cuando se traslada a Estados Unidos para completar su formación universitaria, su intención era dedicarse al periodismo. Sin embargo, el azar quiso que se topara con la fotografía, disciplina en la que se gradúa en 1989 por la University of Illinois en Chicago. Allí entra en contacto con New Bauhaus —fundada por László Moholy-Nagy en 1937— y la comunidad de emigrados europeos involucrados en el diseño y la arquitectura, representada por los edificios de Ludwig Mies van der Rohe. Al igual que el pensamiento de Hannah Arendt, el legado artístico y arquitectónico mencionado influye claramente en el imaginario fotográfico de la nipona.
Unos meses después, mientras estudiaba el máster de fotografía en el Royal College of Art de Londres, cae el muro de Berlín, la antigua URSS se despedaza casi al tiempo. El fin de esta etapa le proporciona una dirección concreta para explorar. Todo ello, unido al despegue económico de Reino Unido tras la recesión, sirve de escenario al primer proyecto artístico de Yoneda: Analogía topográfica, 1996. Una serie de instantáneas de edificios abandonados en el East End londinense anuncian una metamorfosis irreversible del espacio urbano y representan, a la vez, el único vestigio de las gentes que lo habitaron en el pasado.
Esta serie no sólo anticipa el futuro artístico de la fotógrafa. También marca la línea de su obra y define a la perfección su proceso creativo. Tomoko Yoneda trabaja por series, en analógico y casi siempre en formatos medios y color. Hasta ahora el único proyecto en blanco y negro es el titulado Entre lo visible y lo invisible y, aunque ahonda en el pasado, el contenido difiere bastante de su habitualidad. Antes de escoger el lugar exacto que va a fotografiar se documenta de forma exhaustiva. Escarba entre los restos del pasado como un animal hambriento hasta encontrar el filamento que los une con el presente. Entonces enfoca y dispara y su objetivo recupera la memoria en forma de bellísimas alegorías aparentemente serenas. Pero no. El embrujo cromático, los contrastes lumínicos, el minimalismo recalcitrante y la melancolía que embarga sus imágenes esconden en realidad historias dramáticas de catástrofes naturales o provocadas por los delirios ¿humanos?
En las series de Tomoko Yoneda reaparecen todos los fantasmas, todas las sombras, todos los monstruos del pasado. Pero también recompone la esperanza de un futuro incierto, a veces recóndito. En sus retratos de hermosos paisajes e interiores de edificios vacíos, la fotógrafa evoca el espíritu de acontecimientos anteriores, la memoria y cómo la historia, tanto personal como política, define el presente.
La Fundación Mapfre acoge en su Sala Recoletos de Madrid una amplia muestra de la obra de la artista. Las más de cien imágenes —incluyendo sus últimos trabajos: Diálogo con Albert Camus, Correspondencia. Carta a un amigo o Cristales— que conforman esta retrospectiva “ofrece una amplia panorámica de su obra que, pese a haber sido ya expuesta de forma monográfica internacionalmente, todavía no había sido objeto de una muestra individual en España”, explican desde la fundación.
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