Tetsuya Ishida (Yaizu, Shizuoka, 1973 – Tokio, 2005) terminó su formación en plena década de los 90. Tiempos difíciles en un Japón que vivía una de las peores crisis económicas de su historia. En su corta carrera reflejó con incisiva lucidez las amargas consecuencias de la recesión que vivió el país tras el estallido de la burbuja especulativa en 1991.
Hay mucho de kafkiano en su realismo pictórico: híbridos de insectos, escenas claustrofóbicas, arquetipos sobre la alienación… Ishida interpela a la realidad con crudeza. A través de la figura recurrente del oficinista (el salary man de traje y corbata) apático y adoctrinado, muestra las consecuencias para el individuo de vivir en una sociedad dominada por la automatización, la especulación, el consumo voraz. En ese espacio el yo no tiene sitio, está desubicado, no es más que una pieza despersonalizada del engranaje que le aplasta.
Es brutal, por ejemplo, la alegoría del lienzo Cinta transportadora de personas (1996) como reflejo de los procesos de transformación de la cadena de trabajo. Una amarga sátira de la sociedad que surge de la burbuja financiera y la reestructuración económica posterior. Parecen escenas tomadas de las novelas de Murakami, descarnadas, surrealistas, inquietantes.
La temática del trabajo se complementa en la obra de Ishida con su obsesión por el cuerpo enfermo y la muerte, consecuencia del maltrato al que se somete al individuo durante su vida activa. Una presión que se manifiesta desde la infancia en la escuela y se incrementa en la adolescencia mediante el adoctrinamiento encauzado hacia la productividad, la competitividad y la eficiencia. Clones inexpresivos formados y preparados para cumplir con lo que se espera de ellos.
La desorientación y la soledad del adolescente evoca la tendencia de la población más joven hacia la introspección, que en Japón ha derivado en expansión del síndrome del hikikomori, el encierro voluntario de muchos adolescentes inmersos en universos virtuales.
Autorretrato de otro, la exposición que acoge el Palacio de Velázquez del Retiro (Madrid), es la primera retrospectiva del artista japonés que se realiza fuera de su país. El título está tomado de una frase del propio artista y alude a la proyección de sí mismo en otros: “Intenté reflejarme a mí mismo –mi fragilidad, mi tristeza, mi ansiedad– como una broma o algo divertido sobre lo que reír. Transformarme en objeto de risa, o de más tristeza. A veces era visto como una parodia o sátira de la gente contemporánea. Me expandí para incluir a los consumidores, los especuladores, los trabajadores y los japoneses”.
La muestra reúne una selección de 70 pinturas y dibujos realizados entre 1996 y 2004, representativos de las obsesiones y del particular universo estético del artista. La incertidumbre y el estancamiento del período oscuro que le tocó vivir, así como su reflexión sobre el trabajo, tiene muchos paralelismos con la crisis que desde 2008 afecta a la economía y la política a escala planetaria.
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