Como mujer, como artista, como diseñadora, la figura de Sonia Delaunay es fascinante. No sólo su arrolladora personalidad o la creatividad desbordante que le empuja a fundir arte y vida. Su osadía a la hora de experimentar nuevas formas de expresión le lleva igualmente a diseñar la decoración de su apartamento, la ropa que se ponía, algunos libros y bocetos publicitarios y esa maravillosa colcha de patchwork que tejió para su bebé recién nacido y que supuso la apertura a nuevos espacios artísticos.
Sarah Ilínichna Stern nació en Ucrania en una modesta familia judía, pero siendo muy niña fue acogida por sus tíos. Acomodados y establecidos en San Petersburgo proporcionaron a la pequeña una excelente educación y el acceso a los ambientes culturales rusos de la época. Comenzó su formación artística en 1904 en Karlsruhe (Alemania) y dos años después se trasladó a París. Mientras se codeaba con la élite de la vanguardia europea —Picasso, Braque, Apollinaire— conoció a quien poco después se convertiría en su marido, Robert Delaunay.
Pese a los intercambios artísticos que lógicamente se producían entre la pareja, Sonia mantuvo su esencia creadora a lo largo de toda su trayectoria profesional. Y no sólo eso, frente a los prejuicios derivados de su condición femenina, la sombra de su marido no enmascaró su propio talento. El diseño textil y la decoración de interiores, que compaginó desde el principio con su faceta pictórica, le abrieron las puertas al mundo del arte donde plasmó el lenguaje vanguardista sobre soportes variados.
Si hay una característica distintiva en la obra de Sonia Delaunay es el color. Elemento indispensable al que ella dotó de un ritmo especial. Ucraniano, podríamos decir, pero también flamenco. Y es que el paso de los Delaunay por España marcó definitivamente la obra de Sonia y acabó por imprimirle ese aire tan personal y definitorio que la acompañó durante el resto de su carrera.
Corría el año 1914. El inicio de la Gran Guerra sorprendió al matrimonio de vacaciones en Fuenterrabía que resolvió establecerse en Madrid, en vez de regresar al París convulso donde se cocinaba el desastre. Los inicios en la capital española no fueron fáciles. A ello se sumó una contingencia económica inesperada: tras el triunfo de la Revolución Rusa, Sonia dejó de recibir dinero de sus parientes. Carácter no le faltaba. Ni arrojo. Fue entonces cuando tomó la decisión de crear una firma de moda. Así nació Casa Sonia, una deliciosa tienda en la calle Columela que vendía poesía sobre tela y enseguida se convirtió en el templo del estilo de la alta burguesía madrileña.
El museo Thyssen-Bornemisza resalta en la muestra Sonia Delaunay. Arte, diseño y moda, el modo en que Madrid cambió para siempre la carrera de Sonia Delaunay. Un arte convincente de los renovadores y de los más modernos, lo describió Gómez de la Serna.
Aunque no es la primera vez que se exhibe en España la obra de la artista ucraniana, sí se trata de la única que hasta ahora presenta a Sonia en solitario, desvinculada por completo de la trayectoria de su pareja. Tampoco es una retrospectiva al uso, aclara Marta Ruiz del Árbol —comisaria de la muestra—. Al tener como primer objetivo el análisis de su etapa española, caracterizada por una dedicación casi exclusiva al diseño y la moda, se centra principalmente en explorar su deseo de llevar los ideales artísticos más allá del lienzo antes, durante y después de su estancia en Madrid.
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Sonia Delaunay. Arte, diseño y moda. Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. Fechas: del 4 de julio al 15 de octubre de 2017. Comisaria: Marta Ruiz del Árbol, conservadora de Pintura Moderna del Museo Thyssen-Bornemisza.
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