El 6 de abril de 1520, Raffaello Sanzio, el más grande pintor renacentista, moría en Roma a los treinta y siete años. En su testamento, había manifestado de forma expresa su deseo de ser enterrado en una capilla del Panteón, cuya decoración —una estatua de la Virgen sobre el altar— precisó con detalle. La repentina desaparición del maestro de Urbino no sólo truncó el desarrollo de una fructífera trayectoria artística, también desbarató el proyecto de reconstrucción de la Antigua Roma urdido por León X, seis años antes.
Rafael nació en Urbino en 1483. Cuentan sus contemporáneos que era un hombre delgado, de inmensa mirada y temperamento reservado. Huérfano desde los 12 años, fue Timoteo de Viti quien se hizo cargo del niño hasta que en 1499 ingresa en el taller de Pietro Vanucci (Il Perugino) en Perusa. Doce meses después ya era maestro, recibe los primeros encargos y comienzas con sus Madonnas y retratos. En estas obras tempranas se percibe con claridad el influjo de Perugino: formas fluidas y redondeadas, expresiones inocentes, tonos suaves y estructuras simétricas y sencillas.
Ya en Florencia, donde se afinca hacia 1504, comienza a desarrollar un estilo personal siempre bañado de ese sosiego tan característico visible en su trayectoria. Aunque conserva las perspectivas amplias y las tonalidades claras, ya pueden apreciarse en las obras de este periodo ciertos rasgos del lenguaje corporal de da Vinci, incluso algún gesto afín al dramatismo de Miguel Ángel. Muy velado, claro. Pues no era Raffaello amigo de los excesos. Al contrario, buscaba representar una belleza natural al margen de tensiones y efectos teatrales.
Todo ello se deduce de la observación minuciosa que estudiosos del arte han llevado a cabo a lo largo de los siglos. Sanzio rara vez comentaba sobre su arte o sus pretensiones como pintor. Lo escrito sobre su vida, su obra, su figura no se apoya en testimonios aportados por el artista, sino por el efecto que causaron entre sus coetáneos. Las pocas cartas que se conservan se refieren únicamente a circunstancias objetivas de sus viajes o encargos. Al igual que sus autorretratos, un reflejo de su personalidad tímida y serena. Sin embargo, las consecuencias de su pintura en la Historia del Arte fueron irreversibles.
Cuando se traslada a Roma en 1508, su trayectoria ha experimentado ya un cambio significativo. Prueba de ello es la Santa Catalina de Alejandría, una obra singular en la que se distinguen giros diversos: emociones mucho más evidentes, volúmenes marcados, un colorido sorprendente y luminoso en el que resalta el amarillo. A la capital italiana llega recomendado ante el Papa Julio II por Agostino Chigi, para pintar La stanza della segnatura en el Vaticano.
Cuentan los historiadores que la impresión que causó la Ciudad Eterna en el artista fue determinante en el giro radical de su estética hacia lo grandioso: la maniera grande del Renacimiento. Probablemente, la tarea de pintar frescos en grandes interiores le infundió por definición la necesidad de crear ese nuevo cosmos de figuras alegóricas y escenas humanistas monumentales. Para la stanza della segnatura pintó las célebres alegorías de la teología (Disputa del Sacramento); la filosofía (La Escuela de Atenas); la poesía (El Parnaso) y la jurisprudencia (Gregorio IX y Justiniano publicando sus códigos). En la estancia de Heliodoro, el maestro recrea cuatro pasajes bíblicos desde una mirada personal, propia de la Era Moderna.
No obstante, Rafael no abandona en ningún momento la pintura de caballete. Continúa con las Madonnas y retratos a los que dota de una especial serenidad, mucho más madura, armoniosa y delicada. Acentúa en ellos el reflejo de la personalidad y el carácter del retratado mediante técnicas impecables que marcarían el punto de partida de los grandes retratistas barrocos.
Con motivo del quinto centenario de la muerte de Rafael, la Scuderie del Quirinale de Roma tenía prevista una ambiciosa exposición dedicada a la figura del pintor. Pero la pandemia ha segado de cuajo el esplendor, la ocasión de vivir en directo la belleza una recopilación inédita de los trabajos del maestro de Urbino. Pese a ello y gracias a la tecnología, la institución romana ha elaborado un recorrido digital de la muestra bastante jugoso.
Raffaello.1520-1483 abre de manera virtual y nos ofrece la posibilidad de admirar las más bellas obras del pintor renacentista. Dos centenares de trabajos entre los que no faltan la Madonna del gran duque, La velata, el retrato de Baltasar Castiglione, La Madonna della Rosa y otras obras maestras prestadas por el Museo del Prado, la Galería de los Uffici, los Museos Vaticanos o el Museo del Louvre.
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