Su vida fue un escándalo, su pintura una provocación. Trabajaba a una velocidad de vértigo y su obra solía desencadenar violentas reacciones. A veces por el excesivo realismo de sus pinturas religiosas cuyos modelos escogía en la calle, entre las gentes de dudosa reputación, incluso para las escenas más sagradas. Otras por el exceso imperante en todas ellas. Santos o mendigos, Vírgenes o prostitutas…, nadie escapaba a la mirada descarada de Michelangelo Merisi, Caravaggio. El artista del desenfreno y la barahúnda de quien Nicolas Poussin, poco después de la muerte del lombardo, llegó a afirmar “vino a destruir la pintura”. Mientras era encumbrado por otros como el maestro del arte religioso italiano.
Sin embargo, por encima de las críticas y las controversias, las dicotomías y pasiones enfrentadas y el olvido de su figura en los tratados de arte durante más de dos siglos, la pintura de Caravaggio trascendió modas, etiquetas, espacios y tiempo. Su tenebrismo, sus claroscuros, su aversión al manierismo dominante en los últimos años del siglo XVI, su tratamiento salvaje de la luz, la expresión y la escena, marcaron el nacimiento de una nueva forma de pintar: emocional e intensa.
Si al inicio de su carrera, el artista se decanta por cuadros de género que vende a marchantes de arte por importes modestos, fue a partir de 1595 cuando el pintor se lanza hacia lo religioso a instancia del cardenal Francesco Maria del Monte, su primer benefactor. Los años siguientes determinan su trayectoria gracias al encargo de dos lienzos para la Capilla Contarelli en la Iglesia de San Luis de los Franceses –La vocación y El martirio de San Mateo-, en los que combina su predilección por la representación del natural y los tipos populares con un conmovedor dramatismo. Desde ese momento, Caravaggio se convierte en el pintor más solicitado de Roma. Y en el más controvertido, pendenciero y complejo de la época.
Del 21 de junio al 18 de septiembre de 2016, el Museo Thyssen-Bornemisza acoge la exposición Caravaggio y los pintores del norte, dedicada a la figura de Michelangelo Merisi Caravaggio (Milan, 1571-Porto Ercole, 1610) y su influencia determinante entre los artistas del norte de Europa. En los Países Bajos y las regiones germánicas trabajar del natural, basándose en los motivos visibles, era una costumbre muy arraigada, que de por sí establecía un vínculo importante con la obra de Caravaggio. Por otro lado, la mayoría de artistas flamencos, holandeses y franceses disfrutaban también de una predisposición innata a asimilar nuevas ideas. De modo que la expansión de Merisi por las tierras norteñas se veía venir.
Caravaggio y los pintores del norte traslada al visitante a la época de Michelangelo Merisi y a las décadas que siguieron a su muerte, cuando su fama aún estaba en su punto más alto, un periodo especialmente rico en hitos pictóricos. A través de una selección de medio centenar de obras — doce de ellas de Caravaggio; el resto de sus más destacados seguidores en Holanda (Dirk van Baburen, Gerrit van Honthorst o Hendrick Ter Brugghen), Flandes (Nicolas Régnier o Louis Finson) y Francia (Simon Vouet, Claude Vignon o Valentin de Boulogne)—, la muestra recorre las diferentes etapas pictóricas del artista ofreciendo una amplia perspectiva tanto de la pintura profana, las naturalezas muertas o las escenas de género como de su faceta religiosa.
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