Paula Rego nació en Lisboa en el año 1935. Se vivían entonces tiempos oscuros, de crisis económica, de autoritarismo y de agitación política. António de Oliveira Salazar ejercía el poder con mano férrea y control exhaustivo del país. El Estado Novo creado por el dictador no era, a juicio de los padres de Rego, un lugar adecuado para la formación y desarrollo de la niña. Ellos, de ideología liberal y antifascista, consideraron mucho más acertado alejar a su hija de ese entorno represivo. Así, a los dieciséis años, la jovencita comenzó a estudiar en la escuela femenina The Grove en Kent (Inglaterra).
En Londres acabó el bachillerato y logró matricularse en la prestigiosa Slade School of Fine Art. Ella, que desde los cuatro años inventaba y dibujaba seres mágicos y pintaba todo aquello le causaba temor, comenzó aquel 1952 a relacionarse con el arte de forma profesional. Poco después, en la misma academia conoció al alumno que se convertiría en su marido: Victor Willing. Aquel periodo trazó el esbozo de la artista que es hoy: una narradora de historias visuales, profundas, a veces escabrosas.
Si al principio (años 60) se dejó seducir por un lenguaje cercano a la abstracción y los óleos con collage, pronto se aproximó a la llamada Escuela de Londres junto a figuras como Francis Bacon, Lucian Freud, Michael Andrews, Leon Kossoff, David Bomberg o Frank Auerbach. Ya jamás abandonó esa figuración expresionista que fue creciendo con ella, como artista y como mujer.
Su lenguaje pictórico es mordaz; su voz artística, poderosa; su obra, un relato vital y reivindicativo. Pinta historias relacionadas con su experiencia personal, el contexto político y la denuncia social. Hay en la pintura de Rego una crueldad explícita, escenas de alto voltaje que retratan realidades sociales polémicas relacionadas con la mujer. Lo que no hay son eufemismos ni corrección política. Ella mira las cosas a los ojos y las llama por su nombre: a la carne, a la sangre, al sexo, al aborto, a la tortura, a la violencia.
Desde el 27 de abril, el Museo Picasso de Málaga repasa la trayectoria de la artista portuguesa incidiendo en las representaciones femeninas, siempre reivindicativas e inquietantes. Organizada junto a la Tate Britain en colaboración con Kunstmuseum Den Haag, la exposición Paula Rego exhibe más de ochenta obras, entre collages, pinturas, pasteles de gran formato, dibujos y aguafuertes, que abarcan las seis décadas de su trabajo.
El recorrido de la muestra —comisariada por Elena Crippa y Zuzana Flašková— permite indagar en sus motivaciones y el reflejo de las mismas en su obra. Desde sus primeras pinturas en la Slade School se aprecia la insurrección respecto al desnudo femenino que cambia la tradicional fragilidad por fortaleza y desafío. Al igual que en los collages de las siguientes décadas en los que predomina su aversión a la dictadura de Salazar, lo grotesco y la sexualidad.
A partir de 1980, abandona el collage para retornar a la pintura, combinando recuerdos de la infancia con experiencias de mujer, esposa y amante. La exposición ofrece obras importantes de esa época como ejemplos de la serie Las niñas Vivian, donde las niñas se rebelan contra una sociedad coercitiva; o grabados pertenecientes a la serie Nursery Rhymes (1989), donde se sumerge en la crueldad de las canciones infantiles tradicionales británicas.
Durante los 90 y los 2000 aborda la enfermedad (un reflejo de la realidad de su marido quien, tras una larga y penosa esclerosis múltiple, muere en 1988) y los estragos de la depresión en cuadros de gran formato. Recupera la técnica del pastel para representar personajes femeninos rotundos, alejados de los estereotipos, enfrentados a la sociedad y las normas.
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