El gusto francés y su presencia en España “aborda las principales vías de penetración del gusto francés en España a través de más de cien obras elaboradas entre los siglos XVII y XIX que todavía se conservan en nuestro patrimonio”. Así se expresa Amaya Alzaga, comisaria de la exposición que acoge la Fundación Mapfre en la Sala Recoletos de Madrid.
Se trata de un proyecto transversal que incluye pintura, escultura, artes decorativas y dibujos. Es el resultado de una profunda labor de investigación que ha permitido sacar a la luz obras que hasta ahora se daban por desaparecidas. Abarca un periodo de tiempo tan extenso que su magnitud no puede entenderse sin la aproximación al contexto histórico en el que se desarrolla. Por ello, la muestra analiza también aspectos que, como las relaciones diplomáticas, la construcción de las identidades nacionales o la historia del coleccionismo, determinaron su evolución.
A principios del XVII, cuando la Francia de Luis XIV arrebata el puesto a España como potencia política y económica, comienza a gestarse el fenómeno conocido como “el gusto francés”. Se trata de una mezcla de las culturas y las estéticas galas y españolas que se impone de forma paulatina a lo largo de tres siglos. Se inicia en la escena artística como reflejo de la política absolutista del monarca y se propaga a través de la Academia Real de Pintura y Escultura (fundada en París en 1648) y de las reales manufacturas, que controlan la producción artística de acuerdo con el lenguaje establecido. El gusto francés del momento se caracteriza por el retorno al estilo clasicista y se convierte, en España, en sinónimo de refinamiento.
Tal concepto se consolida en nuestro país en el siglo XVIII, con la llegada de los Borbones al trono. Desde España se adquieren piezas de artistas galos que o bien residen en Francia o bien llegan a la Península para trabajar en la corte. El coleccionismo influye de manera definitiva en la adopción de la estética francesa entre la nobleza, trasladándose posteriormente a las nuevas clases adineradas que se aferran al retrato civil como imitación de las costumbres aristocráticas.
Tras el dominio del retrato mitológico durante los siglos XVII y XVIII, el retrato civil —considerado hasta entonces por la Academia (igual que el paisaje) como menor— conoce un apogeo inusitado gracias a la superación de los códigos tradicionales y una nueva modernidad que lo sitúa como manera de afianzar la posición social.
Sin embargo, a mediados de la siguiente centuria, el monopolio del gusto francés cambió de manos. Sucedió que un gran número de artistas e intelectuales galos se sintieron atraídos por el exotismo de nuestras gentes y nuestras tierras. Un interés que se reflejaba en sus obras literarias y en sus pinturas. Esta visión romántica que se alejaba del canon se extendió entre los impresionistas, encabezados por Édouard Manet.
La exposición, estructurada de manera cronológica en diez secciones, recoge este proceso. Parte del momento que comienzan a llegar piezas de arte francés a nuestro país y se cierra cuando se produce el fenómeno contrario. Si en el siglo XVII Francia se erige en modelo del gusto europeo, a lo largo del XIX cambian las tornas y España se convierte en el foco de atención.
Los capítulos iniciales de la muestra exhiben las primeras piezas galas adquiridas durante el reinado de Carlos II. Eran tiempos inciertos para España que veía mermar su poder frente a la primacía del Rey Sol. Como forma habitual para sellar la paz, una de sus estrategias será la de establecer alianzas a través de enlaces matrimoniales con la casa real española. En este contexto, resultaba habitual el intercambio de presentes de distinta naturaleza: caballos, artes suntuarias, pequeñas piezas de mobiliario y retratos. Así sucedió en 1660. El matrimonio de María Teresa de Austria —hija de Felipe IV— con Luis XIV puso fin a la Guerra de los Treinta Años y la reina retratada en numerosas ocasiones con su hijo, el Gran Delfín de Francia.
Las secciones dedicadas al siglo XVIII recogen la eclosión del gusto francés impulsado por Felipe V. El primer Borbón español hace honor a su origen francés importando la estética de Versalles y París. Manda iniciar los trabajos para el Buen Retiro, la renovación interior del Alcázar y la construcción del palacio y jardines de la Granja de San Ildefonso, en Segovia. Además, importa todo tipo de mobiliario, joyas y vestimenta. En 1715 se instala en Madrid Michel-Ange Houasse, predecesor de Jean Ranc, como pintor de la corte.
Durante este período, las transferencias artísticas entre Francia y España se efectuaban sobre todo a través de la Academia de Francia en Roma, fundada en 1666 por Jean Baptiste Colbert, ministro principal del rey Luis XIV y promotor de la manufactura gala. La eclosión de la cultura y el gusto franceses en España alcanzó su apogeo en época de Carlos IV. Su Gabinete de Platino de la Real Casa del Labrador en Aranjuez es un magnífico ejemplo de decoración estilo imperio realizada por artistas galos bajo la supervisión del arquitecto de Napoleón, Charles Percier.
La Guerra de la Independencia (1808-1814) dio lugar a una verdadera transformación en la visión que se tenía de España y marcó el inicio del declive del gusto francés y su paulatina sustitución por el gusto español. Coincide esta transición estética con el reinado de Luis Felipe de Orleans (1830-1848), que ansiaba hacerse con una Galerie espagnole para el Louvre aprovechando la desamortización de Mendizábal.
A modo de epílogo, la exposición presenta obras de Édouard Manet, Henri Fantin Latour y Théodule-Augustin Ribot realizadas en las décadas de 1860 y 1870, en las se hace evidente este cambio en la mirada artística.
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Fechas: del 11 de febrero al 8 de mayo de 2022
Sede: Fundación Mapfre. Sala Recoletos, Madrid. Paseo de Recoletos, 23. Madrid Comisaria: Amaya Alzaga Ruiz
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