Es cierto que a Luis Paret y Alcázar (1746-1799) se le conoce entre los pintores del siglo XVIII sobre todo por faceta más rococó. Sin embargo, su estilo ecléctico y su originalidad no se ciñen de forma exclusiva a este movimiento. Lo que ocurre es que tuvo la mala suerte de compartir época artística con Goya y, claro, eso no hay quien lo remonte. Ambos nacieron el mismo año (1746) y también coincidieron en los concursos de pintura de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de 1766. Pero la genialidad de Goya eclipsó el ingenio de Paret. Hoy, sigue siendo un gran desconocido para el público.
Al poco de ingresar en la Academia, Paret llamó la atención del infante don Luis de Borbón, hermano menor de Carlos III. Le tomó bajo su tutela y le financió una estancia de tres años en Roma. Allí, el pintor madrileño se familiariza con el estilo neoclásico y los grandes maestros de la pintura italiana. También conoció en la capital italiana al artista Charles-François de la Traverse con quien estudió y colaboró estrechamente. A través de él conoció las tendencias y formas del rococó.
A su vuelta, y antes de ser nombrado pintor de cámara del infante don Luis, creará novedosas obras para la familia real y para particulares, demostrando su talento a la hora de representar la sociedad de su tiempo, la vida en la calle y la escenografía grandilocuente. Buena prueba son obras tempranas como Baile en máscara (1767) o Puerta del Sol en Madrid (1773). Ya en posesión del cargo oficial, Paret recibe el encargo de dibujar todo elenco de aves, insectos, cuadrúpedos, minerales y vegetales del Gabinete de Historia Natural que don Luis formó en su residencia de Boadilla del Monte.
Pero no fue sólo la alargada sombra de Goya la que difuminó el brillo de Paret. Su estrecha relación con el hermano del rey y las discrepancias insalvables entre infante y monarca condujeron al artista al destierro. ¿El motivo? Según las fuentes oficiales, don Luis fue un señor muy propenso a los deslices amorosos y a los trasiegos con el sexo femenino. Tales inclinaciones no eran del agrado de Carlos III, quien despachó al hermano díscolo y envió al exilio a su supuesto cómplice en la alcahuetería. Así que el pintor se refugió en Puerto Rico, perdiendo el hilo del reconocimiento en la Corte. Durante este período crea sus famosos autorretratos (Autorretrato en el estudio, Autorretrato vestido de jíbaro) y lienzos que narran la vida en la América española.
Tres años en la isla caribeña lo distanciaron de los circuitos artísticos patrios del momento. A ellos hay que sumar los que pasó en Bilbao (casi una década), tras conmutársele la pena del alejamiento por la prohibición de residir a menos de cuarenta leguas de la Corte y los Sitios Reales. La estancia en la capital vasca le proporcionó nuevas expectativas artísticas relacionadas con el paisajismo, el retrato y la pintura religiosa. De esa época son la Invención de la Santa Cruz y El martirio de santa Lucía.
Dice Javier Solana, Presidente del Real Patronato del Museo Nacional del Prado: “Luis Paret es posiblemente el artista español del siglo XVIII que más merecía una exposición de gran envergadura como la que ahora inaugura el Museo del Prado”. Esta monográfica que le dedica el museo recorre toda su trayectoria profesional e incide en el carácter independiente de su obra, la minuciosidad de su técnica y su amplia formación intelectual.
La exhibición propone un recorrido temático y cronológico estructurado en nueve secciones, que reúne la mayor parte de sus pinturas y una escogida selección de sus dibujos. Comisariada por Gudrun Maurer, conservadora de Pintura del siglo XVIII y Goya del Prado, y patrocinada por Fundación Axa, la exposición recupera la figura del pintor y aspira a restaurar la importancia de su obra tanto en España como internacionalmente.
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