Para comprender la esencia de la obra de Olafur Eliasson no hay que perder de vista en ningún momento su convicción de la gran influencia del arte en el mundo, especialmente fuera de los museos y las galerías. De ahí su interés e investigaciones sobre la luz, el medio ambiente, el urbanismo o los espacios sociales. “El arte no es el objeto, sino lo que el objeto hace al mundo”, asegura.
Todo ello forma parte importante de su producción artística, especialmente desde 2014. Ese año Eliasson y el arquitecto Sebastian Behmann fundan en Berlín Studio Other Spaces (SOS), conectando definitivamente estos aspectos a través de proyectos multidisciplinares y experimentales para edificios y obras de arte en espacios públicos.
Su estudio berlinés reúne actualmente un heterogéneo equipo de artesanos, arquitectos, investigadores, cocineros, historiadores del arte y técnicos de diferentes especialidades. Y es que no se trata de un espacio exclusivo para la creación artística, sino también para el encuentro y el diálogo con científicos, profesionales de la cultura y responsables políticos. Desde allí se han creado lámparas solares para comunidades sin acceso a la electricidad, instalaciones artísticas para concienciar sobre el cambio climático o diseñado talleres de arte para solicitantes de asilo y refugiados.
Comencemos por el principio. Hay que viajar hasta Dinamarca para escarbar en las raíces artísticas y biográficas de Eliasson. Pero también en Islandia, de donde procede su familia y viaja desde niño en numerosas ocasiones. Es obvia la influencia de los paisajes islandeses, de la inmensidad de la naturaleza en toda su trayectoria artística.
Olafur Eliasson nació en Copenhague en 1967. Desde muy joven se interesa por el arte y realiza su primera exposición individual a los 15 años en una galería danesa, antes de iniciar su formación en la Real Academia de las Artes de Copenhague, entre 1989 y 1995. Poco después comienza a trabajar con Einar Thorsteinn, arquitecto experto en geometría, que le inicia en el conocimiento del espacio.
El Museo Guggenheim Bilbao presenta Olafur Eliasson: en la vida real, una exhibición que repasa la obra del danés desde 1990 hasta hoy. Dirigen el recorrido las dos cuestiones cruciales en su filosofía personal y artística: la inmensa capacidad de la percepción humana y la crisis climática. Toda la exposición da buena cuenta de su preocupación por el medio natural, recientemente intensificada por su experiencia personal en Islandia. Durante este tiempo, sintoniza —casi se mimetiza— con determinados fenómenos atmosféricos que le llevan a investigar cómo los artistas han capturado la luz a lo largo de la historia.
La muestra comienza en el exterior del museo. Una cascada de más de once metros de altura, hecha con un andamio y una serie de bombas, vierte sus aguas en el estanque de la parte trasera del edificio, reproduciendo los sonidos y efectos de la naturaleza. La instalación destaca la característica fusión de naturaleza y tecnología de Olafur Eliasson, dejando a la vista el mecanismo que le da vida y permite llamar la atención sobre la “naturaleza construida” en el entorno urbano.
Ya en el interior, la obra titulada Sala de maquetas (Model room, 2003) contiene unos 450 modelos, prototipos y estudios de geometría de diversos tamaños realizados en el estudio del artista. Los focos juegan también un papel protagonista: están por todas partes, iluminando espejos giratorios, proyectando colores sobre paredes blancas, acentuando la sombra de quienes recorren la exposición. Esto no es nuevo en Eliasson. Al principio de su carrera, la pieza Aspirante recalcaba su inclinación por los experimentos lumínicos.
En Descripción de un reflejo o un agradable ejercicio sobre sus cualidades, un foco dirigido a un espejo circular refleja la luz hacia un segundo espejo de superficie ondulada. Este último gira cada 30 segundos. A medida que lo hace, refleja una luz irregular en el reverso de una pantalla de proyección también de forma circular.
En Habitación para un color (Room for one colour, 1997), las lámparas instaladas en el techo de una habitación blanca emiten una única longitud de onda de luz amarilla. Ello reduce la percepción del color al amarillo, el negro y ciertos grises. Como reacción al entorno, cuando el observador abandona el espacio, percibe de pronto un inquietante reflejo azulado.
Durante su estancia islandesa, Eliasson se entretuvo en analizar los fenómenos del deshielo y sus consecuencias. En su obra, el hielo sirve a menudo para llamar la atención al respecto. En Pabellón de la presencia de la ausencia (The presence of absence pavilion, 2019), un vaciado de bronce hace visible el gigantesco hueco desocupado por el bloque de hielo de un glaciar derretido.
Galería de imágenes
-
1
-
2
-
3
-
4
-
5
-
6
-
7
-
8