El próximo 17 de septiembre, el Museo Guggenheim Bilbao inicia la temporada de otoño con una muestra dedicada a Alice Neel. La pintora estadounidense que retrató la diversidad étnica y la lucha de los neoyorkinos más desfavorecidos, captura con su expresionismo escenas de la vida cotidiana, la vulnerabilidad humana, pero también los paisajes urbanos, edificios y parques de la ciudad de los rascacielos. A través de sus naturalezas muertas, la artista experimenta con la abstracción y hace partícipe al espectador de su característica ironía.
Alice Neel nació en 1900 en Gladwyne, una pequeña comunidad de estado de Pensilvania, aunque creció en Colwyn, cerca de Filadelfia, donde se trasladó su familia a los pocos meses de nacer la pequeña. Asiste a la Darby High School antes de ingresar en la Escuela de Diseño para Mujeres de Filadelfia, actual Moore College of Art and Design. Mientras trabaja en el ejército junto al teniente Theodore Sizer –quien se convertiría después en historiador del arte en Yale–, recibe clases nocturnas en la Escuela de Arte Industrial del museo de Pensilvania.
Desde el principio de su carrera Neel vinculó la práctica artística a las causas en las que creía: los derechos civiles, el feminismo, el socialismo, la igualdad económica y social. “Pinto para intentar revelar la lucha, la tragedia y la alegría de vivir”, afirmaba convencida como estaba de la dignidad inherente al ser humano. La defensa de la justicia social y su compromiso con los fundamentos del humanismo la convertirían en una de las artistas más radicales del siglo XX. Tampoco se plegó a las tendencias estéticas de las diferentes épocas.
Durante su primera etapa, en la Habana, donde residió junto a su marido Carlos Enríquez, también pintor, descubrió la exuberancia de las vanguardias cubanas sin que le influyeran ni ápice en su trabajo. Lo mismo sucedió con el expresionismo abstracto, la corriente dominante justo cuando se trasladó a Nueva York. La ciudad, que fue la gran musa de Alice Neel, le proporcionó los ingredientes necesarios para construir esa inmensa Comedia humana pictórica, al igual que Balzac creó la literaria. De hecho, ella evoca a menudo la obra del escritor francés como una forma de articular su propio compromiso de visualizar la condición humana en sus innumerables complejidades.
Entre los años 1927 y 1984 (el de su muerte) vivió y trabajó en Nueva York: en el Bronx, en Greenwich Village, en el Harlem latino y en el Upper West Side. Cada uno de esos barrios supuso para la artista un registro visual, a través de los retratos de sus habitantes, de la vida neoyorquina. En las décadas de 1930 y 1940, Neel trabaja para la Works Progress Administration –WPA– del programa New Deal del presidente Franklin D. Roosevelt. El arte es historia para ella. En este periodo, su obra sirve como retrato de los acontecimientos políticos de Nueva York: la Gran Depresión, el despertar del comunismo, el feminismo y el activismo civil.
Cuando se traslada con su familia al Spanish Harlem en 1938, la artista se rinde ante el alma de sus gentes. Desde su ideario personal y con un punto de vista firmemente arraigado en el Nueva York del siglo XX, documenta escenas de pérdida y sufrimiento, pero también de fuerza y resistencia, de valentía y dignidad. Y lo hace con una franqueza implacable y una tremenda empatía. Se trata de una etapa de inmensa creatividad en la que da rienda suelta a sus inquietudes existenciales: la maternidad en mitad de la miseria, el embarazo, las presiones físicas y psicológicas que la acompañan.
El desnudo y la sexualidad son dos temas centrales en la obra de Alice Neel como parte de la experiencia humana. La retrospectiva Alice Neel: las personas primero exhibe una buena colección de cuadros dedicados al género, que ella subvierte con ingenio y sentido del humor. Sus desnudos masculinos se enfrentan de forma lúdica a las convenciones del erotismo plasmadas en las representaciones femeninas. Por otro lado, aborda los desnudos de mujeres embarazadas sin disculpas ni precedentes, especialmente en una época que tiende a edulcorar el poder de la figura materna.
La exposición incluye una sección de paisajes urbanos, en los que la artista da testimonio de la belleza cotidiana de los edificios y parques de Nueva York. Así, en Central Park (1959) se funden la naturaleza y las construcciones del entorno creando un paisaje artificioso.
Empeñada durante toda su trayectoria artística en pintar “cuadros de personas”, también integra en su repertorio a conocidos artistas, activistas, líderes de los derechos civiles y celebridades normalmente vinculadas a la transgresión de los límites sociales y culturales. Entre ellas, Ella Reeve (una de las primeras dirigentes comunistas dedicada a los derechos de las mujeres y la clase trabajadora), Andy Warhol o el escritor de izquierdas Hubert Satterfield.
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