A principios del siglo XX, Rusia vive uno de los periodos más convulsos de su historia y también una etapa de esplendor artístico tan intensa como las revueltas, las guerras y loso cambios sociales y políticos. De esa mezcla de vehemencia, desórdenes constantes e inquietud cultural brotan los primeros movimientos del arte de la vanguardia rusa.
No eran, desde luego, buenos tiempos para soñar con una vida tranquila y próspera. Las consecuencias de la Primera Guerra Mundial y las promesas de libertad promovidas por los agitadores sociales incendiaban los ánimos, mientras el miedo y la sangre se derramaban por las calles de los grandes centros urbanos de la cultura rusa. Las universidades ardían de poesía y todo ese ambiente de exaltación alimentaba la inspiración de pintores y artistas enardecidos por lo que entonces creían que iba a ser una liberación.
El clima social que desembocaría en la Revolución de Octubre de 1917 explica cómo las propuestas de estos artistas acompañan, anuncian lo que será el proceso revolucionario y el cambio de paradigma que representa la llegada de un nuevo régimen. ¿Qué fue antes, la vanguardia y la modernidad o la revolución? Es lo que se pregunta Jean-Louis Prat, comisario de la exposición que acoge Fundación Mapfre en Madrid para plasmar el contexto artístico y social de aquellos tiempos y cómo el régimen estalinista sesgó los sueños de aquellas vanguardias.
Con Marc Chagall y Kazimir Malévich como ejes temporales, la muestra se inicia con las reacciones contra el academicismo burgués, cuando el nuevo clasicismo y el neoprimitivismo nacen como movimientos nacionales en la gran Rusia de principios de siglo, que combinaba las técnicas del posimpresionismo con las formas tradicionales del arte popular. Poco después (hacia 1912), la imagen rural se vuelve urbana como plasma las siguiente sección dedicada al cubofuturismo y al rayonismo de Mijaíl Larionov, antes de girar hacia la abstracción, una de las aportaciones fundamentales de la vanguardia rusa, encabezada por la genialidad artística de Kandinsky a las geometrías creativas de Liubov Popova.
Poco antes de la revolución bolchevique, Malévich se lanza hacia el suprematismo, “intentando desesperadamente liberar al arte del lastre del mundo de la representación”. Así nace un fenómeno artístico basado en el sentimiento y la subjetividad. Cuadrado negro, símbolo de toda la obra de Malévich y de toda una época, representa la abstracción suprema, la pintura en su grado cero.
Las promesas rotas y los sueños de alfombra dan paso al auge del constructivismo que comenzó a fraguarse en los años prerrevolucionarios. Alexandr Ródchenko y Varvara Stepánova aparecen como los líderes de una nueva generación, que ilustra la creación de ese nuevo modelo de estado soviético. El arte se vio profundamente afectado: élites del poder empezaron a condenar las experimentaciones de la vanguardia tildándolas de elitistas. El proceso culminó con el respaldo explícito de Stalin a la nueva estética realista y supuso que numerosos artistas se vieran sometidos a presiones políticas para adoptar este lenguaje.
La exposición destaca la presencia de un importante número de mujeres artistas —Natalia Goncharova, Liubov Popova, Nadiezhda Udaltsova, Varvara Stepánova—, cuyo trabajo resultó fundamental en el desarrollo del movimiento vanguardista ruso. Una experiencia de feminización de las artes que tardaría años en repetirse
De Chagall a Malévich: el arte en revolución se complementa con 24 publicaciones del periodo que muestran cómo las vanguardias rusas, que buscaban su aplicación a todos los ámbitos de la vida, establecieron un fértil diálogo con la literatura y el diseño editorial.
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