Academicista, romántico, neoclasicista, conservador, figuracionista empedernido, pintor de mujeres cautivas, alumno aventajado de Jacques-Louis David… Son algunos de los clichés que han perseguido a la figura de Ingres desde aquellos primeros años en su Montauban natal en los que su padre diseñó el futuro artístico del pequeño Jean-Auguste-Dominique. Sin embargo, su arte desborda el siglo XIX, y su concepto absoluto de la belleza, la forma y la perfección han hecho de su obra un referente de las vanguardias artísticas del siglo XX. Y es que, como apunta el crítico de arte Francisco Calvo Serraller, Ingres fue el único en llevar hasta el final unos postulados sin los cuales no habría podido tener lugar el cubismo.
El cubismo es sólo un ejemplo de la enorme influencia que la inspiración pictórica de Ingres supuso en el lenguaje artístico del siglo XX: Picasso, Dalí, Matisse, Degas, incluso en la fotografía avant-garde de Man Ray se perciben trazos ingresianos. He aquí una de las paradojas de un pintor atemporal que, formado en el clasicismo, fascinado por la grandeza de la antigüedad y el arte de “su gran maestro”, Rafael Sanzio, y empeñado en salvar las técnicas tradicionales, se convierte en icono de la vanguardia más rebelde un siglo después. La otra es su relación con el retrato. Disciplina que cultivó con profusión, siempre a regañadientes.
El Museo del Prado celebra el arte de este gran creador —saldando al tiempo su vieja deuda con el siglo XIX— con una exposición excepcional dedicada íntegramente a la figura de Ingres. Un acontecimiento único por tratarse de la primera retrospectiva en España del célebre pintor francés y, en segundo término, por la calidad de la obra reunida. Y es que pocas veces en la historia museística mundial se han podido contemplar juntas piezas clave como los ritmos ondulantes de La gran odalisca o El baño turco o el gran retrato de Napoleón en su trono imperial; además de sus grandiosos desnudos femeninos, entre los que se encuentra Ruggiero libera a Angélica, paradigma del erotismo contemporáneo; retratos icónicos — Louis-François Bertin, François-Marius Granet, la condesa de Haussonville, La bella Zélie, Charlotte-Madeleine Taurel—; sin olvidar la pintura religiosa y por supuesto la histórica, fundamental en la concepción ingresiana de la belleza y la monumentalidad. El Prado, a través de un recorrido cronológico-temático por más de sesenta obras repartidas en once salas, repasa de manera integral todas las facetas pictóricas de este francés universal, prestando una atención especial al género del retrato, que dejó tras de sí uno de los episodios más bellos de toda la pintura del siglo XIX.
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Ingres.
Museo del Prado. Madrid. Edificio Jerónimos. Salas A y B
Comisario: Vincent Pomarède (Musèe du Louvre)
Comisario institucional: Carlos G. Navarro
Del 24 de noviembre al 27 de marzo de 2016.
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