A partir del próximo 30 de abril, el Museo Ruso de Málaga renueva su exposición anual. En esta ocasión, la pinacoteca propone la exploración sobre cómo los artistas rusos han interpretado las gestas bélicas patrias a lo largo de la historia. Guerra y paz en el arte ruso —cuyo título alude a la célebre novela de Tolstoi— reúne 183 obras que abordan desde diferentes perspectivas los dos polos antagónicos y esenciales de la vida.
A lo largo de los siglos, la humanidad ha soportado guerras, epidemias, hambrunas y todo tipo de calamidades que ha ido sorteando y superando y que han sido entendidas por la mayoría de las personas como parte inherente de la existencia. Como tales, estas catástrofes han tenido también inmensa influencia en la sociedad, la política, las artes y la cultura en general. Algunos pueblos, como el ruso, han conocido pocos periodos de paz. De hecho, León Tolstoi denunciaba en Guerra y paz la violencia de las guerras napoleónicas —que podría extrapolarse a toda la historia rusa— mostrando al tiempo cómo los opuestos que dan título a su novela forman parte de la vida social.
Tal vez por ello, ya desde la Edad Media, la creación artística rusa ha estado muy vinculada a la guerra (y la paz), la pérdida y las gestas heroicas. Tan importantes han sido estas circunstancias como fuente de inspiración que han dado lugar al nacimiento de un género artístico propio del país. Los motivos militares se aprecian tanto en la pintura de iconos —el panteón ortodoxo incluía todo un ejército de santos guerreros liderados por el arcángel Miguel—, como en los clásicos del siglo XVIII desarrollados en la Academia Imperial de las Artes de San Petersburgo. Durante esa época, artistas alemanes y franceses estrechamente vinculados con Rusia desempeñaron un papel destacado en la formación y el desarrollo de la escuela nacional de pintura de batallas.
La Primera Guerra Mundial marcó profundamente a todos los artistas europeos. Los rusos tampoco fueron ajenos a la catástrofe bélica y todos los movimientos artísticos del momento, tanto los neoclásicos (Kuzmá Petrov-Vodkin) como los vanguardistas (Aleksandr Drevin, Pável Filónov), reaccionaron de forma enérgica frente a la barbarie y la muerte. Claro que a ellos aún les faltaba por vivir uno de los capítulos más destructivos de su país y su sociedad: la Revolución del 17.
Los años posrevolucionarios supusieron un incentivo más a la hora de desarrollar los experimentos artísticos tan celebrados desde las primeras vanguardias rusas. El arte soviético escribió uno de los capítulos más selectos e intensos de la historia con figuras como Kazimir Malévich, Sofia Dímshits-Tolstaia, Aleksandr Labás, Izrail Lizak o Yuri Jrzhanovski a la cabeza.
Hacia 1930, el auge revolucionario a medio gas y las imposiciones socialistas dieron lugar a un nuevo realismo impregnado de consignas naturalistas. Además de los retratos de los líderes y jefes militares, proliferaron las escenas de la reciente guerra civil (Mitrofán Grekov, Serguéi Guerásimov, Rudolf Frentz), así como imágenes de obreros y jóvenes entregados al trabajo, el estudio y el entrenamiento militar, imprescindible para las siguientes batallas contra los enemigos del primer estado socialista del mundo (Serguéi Luppov, Aleksandr Samojválov).
Complementan la muestra anual dos exposiciones temporales: Iván Aivazovsky y los pintores marinistas en Rusia y Lev Tolstói. El camino de la vida. La primera reúne una cuidada selección de pinturas de Aivazovsky y otros maestros de la escuela marinista con el mar y los océanos como protagonistas de paisajes, representaciones religiosas o escenarios de batallas. La segunda, intimista y de pequeño formato, explora las relaciones del escritor con los numerosos artistas que lo retrataron o representaron diferentes pasajes de sus novelas. Incluye piezas pictóricas, dibujos, ilustraciones, acuarelas y esculturas.
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