Cuenta Antonio Muñoz Molina en un reportaje de 2008 que cuando Giorgio Morandi murió “en el caballete de su estudio se encontró su última obra, pulcra y terminada, un lienzo de formato pequeño, como casi todos los suyos, con una firma nítida en el ángulo inferior izquierdo, "Morandi", escrita con una caligrafía algo escolar, la firma de alguien acostumbrado a escribir con letra grande y clara en una pizarra”. Y es que, el austero pintor italiano fue durante largo tiempo profesor de dibujo en diferentes escuelas primarias de Bolonia, su ciudad natal.
La enseñanza fue la otra actividad a la que el artista dedicó la vida. Paciente, sereno, insuflado de una especie de misticismo pictórico, Giorgio Morandi se entregó también al estudio del arte de los Maestros Antiguos. Las flores del Greco, la luz de Zurbarán, la composición de Chardin, el cromatismo del Seicento italiano… influyeron profundamente en su propio estilo pictórico. Una estética al margen de clasificaciones y tendencias que el pintor fue construyendo a base de una contemplación exhaustiva de las obras que admiraba.
Pero no en museos o exposiciones, sino en imágenes de libros (algunas del tamaño de un sello postal) o publicaciones en revistas especializadas. Fueron contadas las ocasiones en visitó algún espacio artístico fuera de Bolonia. Morandi apenas viajó. Rara vez cruzó las fronteras de su tierra. Sin embargo, la observación minuciosa, el estudio de los pequeños detalles que llamaban su atención como espectador son la clave de un estilo extremadamente personal, bellísimo, intenso y atemporal. “Sentí que solo la comprensión de las obras más vitales que la pintura había producido a lo largo de los siglos pasados, dijo una vez, podría guiarme a la hora de encontrar mi camino”.
Tras una breve temporada jugando a la Pittura Metafísica junto a Carlo Carrà, Mario Sironi y Giorgio de Chirico, Morandi se embarca en una búsqueda artística individual. A través de la exploración del género de la naturaleza muerta, acaba por imbuir a los objetos inanimados de una presencia casi antropomorfa.
Tonos apagados, casi básicos, como de fondo de armario, y líneas puras configuran los mundos que Morandi condensa en una mesa de cocina. El pintor es sobrio no sólo en cuanto al color y estricto en los volúmenes. Las piezas cotidianas que traslada a sus lienzos forman un conjunto igual de limitado: flores, una botella, una taza, un jarrón de cuello largo, una aceitera y un tarro. También una lata de galletas y algún paño de cocina. El artista configura sus objetos predilectos una y otra vez de maneras sutilmente diferentes, centrándose en las posibilidades infinitas que ofrece la representación de artículos domésticos triviales.
El Museo Guggenheim Bilbao presenta Una mirada atrás: Giorgio Morandi y los Maestros Antiguos. Un amplio recorrido por la obra de uno de los grandes pintores italianos del siglo XX, que revela las relaciones entre sus naturalezas muertas y algunos de sus principales referentes en la historia de arte. El museo bilbaíno reúne un conjunto fascinante de sus obras, junto a las creaciones de algunos de los artistas de otras épocas que le cautivaron e influyeron en su trabajo.
La muestra investiga tres de sus ascendentes artísticos anteriores al siglo XIX: la tradición española del bodegón (s. XVII), la pintura boloñesa del XVI y las naturalezas muertas del francés Jean-Baptiste Siméon Chardin.
Galería de imágenes
-
1
-
2
-
3
-
4
-
5
-
6
-
7
-
8
-
9
-
10
-
11
-
12
-
13
-
14