No es un estudio. No es un museo. Tampoco un laboratorio de arquitectura ni un espacio de creación. La Fundación Norman Foster es, en realidad, una aleación de todo ello. Un punto de encuentro donde afrontar los problemas arquitectónicos de hoy: urbanismo, medioambiente, convivencia, sostenibilidad. Un referente donde convergen arquitectura, arte, tecnología y diseño con el fin de prestar un mejor servicio a la sociedad.
Con esta filosofía y el palacete del duque de Plasencia como sede oficial, este jueves abre sus puertas un espacio llamado a fomentar el pensamiento, la cooperación y la investigación interdisciplinar entre las nuevas generaciones. La verdadera colaboración entre campos aparentemente inconexos como el diseño y el pensamiento, explica Norman Foster, es uno de los ejes de una concepción holística de la que yo y otros compañeros hemos sido pioneros.
Efectivamente, el Pritzker 1999 y alma de la fundación, no sólo ha desarrollado una carrera sobresaliente, sino una estética muy personal basada en la tecnología, el respeto por el medioambiente y la eficiencia de los materiales. Edificios transparentes y espacios conectados presididos por la elegancia y la esbeltez; construcciones titánicas siempre integradas en el entorno y con un marcado estilo hi-tech que fue suavizando con los años y la experiencia. Porque para atisbar el futuro, primero hay que repasar las lecciones del pasado, afirma el autor del metro de Bilbao. Y es que “el futuro”, junto al arte, la montaña, la aviación y los transportes, es otra de sus grandes pasiones. Tal vez la gasolina que arranca el resto de los motores.
Creemos en la importancia de conectar la arquitectura, el diseño, la tecnología y las artes para prestar un mejor servicio a la sociedad.
Y esas aficiones rigen los espacios de la recién estrenada Fundación Norman Foster. Bajo la estructura residencial ideada en 1912 por Joaquín Saldaña, el sello tecnológico del arquitecto de Manchester se plasma en el interior. Se trata de una combinación de galerías, archivo, biblioteca y espacios de estudio y trabajo distribuidos en cuatro plantas.
Una escultura de Cristina Iglesias, inspirada en Las fuentes del paraíso de Arthur C. Clarke y realizada en fibra de carbono, domina el llamado Pabellón. Un espacio de cristal ubicado en el patio, que reúne los objetos e imágenes que han inspirado la aventura creativa de Foster. Piezas de artistas como Brancusi, Boccioni, Ai Weiwei, Juan Muñoz, Andreas Gursky o Ínigo Manglano-Ovalle, procedentes de su propia colección, salpican rincones estratégicos.
Maquetas de automóviles, aviones, locomotoras, bicicletas, edificios y estructuras que también han orientado su carrera completan la aportación artística. Entrar en este pabellón —dice María Nicanor, directora de la fundación— es como entrar en la cabeza de Foster.
Yendo más allá de la arquitectura, como urbanista apasionado por la mejora de la calidad de vida en las ciudades, sé que el diseño de nuestra infraestructura es el reto definitivo.
Pero el corazón de la Fundación Norman Foster es su Archivo. Situado en la planta baja, acoge documentos, planos, bocetos, imágenes y más de mil cuadernos de dibujo con información de todos los proyectos en los que ha estado involucrado uno de los arquitectos más brillantes e influyentes del siglo XX.
La fundación cuenta además con una Biblioteca que incluye una selección de publicaciones fuente de la obra de Norman Foster a lo largo de sus 60 años de carrera; así como un pequeño estudio de materiales, el Foster Lab, punto de encuentro de científicos y creadores de todas las disciplinas.
Para celebrar la apertura, el Palacio Real de Madrid organiza un foro que bajo el lema The futur is now —El futuro es ahora— en el que figuras como Michael Bloomberg, Olafur Eliasson, Maya Lin, Alejandro Aravena, Patricia Urquiola, Niall Ferguson y el propio Foster abordarán los cuatro pilares de la filosofía de la fundación: Ciudad, Tecnología y Diseño, Infraestructura, y Artes.
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