La presencia de Fernando Botero en Madrid no es un hecho aislado. Bien al contrario. La primera vez que pisó la capital española acababa de cumplir los 20 años. Mientras estudiaba en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el joven exploraba y copiaba las obras de los grandes maestros del Prado. En realidad, pasaba más tiempo allí que en la academia, perfilando un estilo que más tarde consolidó en Florencia, París, México y Nueva York.
Ya había expuesto, un año antes, sus primeras obras en la galería de Leo Matiz en Bogotá. Aunque se trataba de una muestra individual, su estilo era tan heterogéneo que los visitantes creyeron que era una colectiva. Nada indicaba en ese momento que iba a convertirse en uno de los artistas más famosos de los siglos XX y XXI ni que toda esa inicial gama de influencias pictóricas —Gauguin, Rivera, Orozco o Picasso— iba a converger en una estética voluptuosa e inmensa en la que prima el cromatismo, el brillo, el volumen, la exageración.
En agosto del 52 gana el segundo premio del IX Salón de Artistas Colombianos. Esto le permite emprender el tan ansiado viaje por Europa en busca de los grandes maestros clásicos. En el Prado se tropieza con el primero, Tiziano, a quien copia con fascinación. Le siguen Tintoretto, Velázquez, Rubens y Goya. En el Louvre parisino se inicia en la escultura, mientras que en Florencia —inscrito en la Academia de San Marcos— se empapa de Renacimiento con Piero della Francesca, Paolo Ucello y Andrea Mantegna. De ellos aprende a organizar el espacio y la luz, la armonía cromática y los volúmenes.
El periodo mexicano le aporta la inspiración latinoamericana y el gusto por el arte popular, la monumentalidad y los grandes formatos. “Para mí tuvo gran importancia una personalidad como Rivera. A los jóvenes pintores americanos nos enseñaba la posibilidad de crear un arte no colonizado por Europa. Lo mestizo me atraía, esa mezcla de cultura autóctona y española”, escribía el pintor por entonces.
En las décadas siguientes, ya consagrado como pintor internacional y habiendo expuesto en templos como Museo de Arte Moderno de Nueva York, en la en la Gres Gallery de Chicago o el Museo de Arte Moderno de Bogotá, su estilo se va inflamando, sus formatos creciendo y su imaginario ampliándose hacia el contexto religioso y las escenas familiares. En 1977 expone por primera vez sus esculturas en el Grand Palais de París y en el 84 vende su primer cuadro en Sotheby's (Nueva York).
Claro que no todo fueron éxitos y buenas palabras. Hubo críticos que consideraron su obra como una burla, excesivamente infantil, naif, ingénuo y negacionista de la belleza. No obstante, él continuó experimentando con la desproporción —bocas minúsculas, ojos inmensos, bracitos canijos, troncos enormes, piernas cortas y gordas y carne, mucha carne—, el color, los volúmenes esféricos, incluso los collages. Amplió su imaginario incorporando a sus cuadros naturalezas muertas, homenajes a los grandes maestros, caballos y otras mascotas. Además, comenzó a prestar más atención a la escultura.
En el arte hiperbólico de Botero existe una narrativa muy próxima al realismo mágico de su compatriota Gabo, ambos creadores de mundos propios donde la figuración adquiere dimensiones diferentes a través de la imaginación y el sentido del humor. Tanto en el plasticismo del pintor como en las letras del literato hallamos esos universos reinventados partiendo de contextos reales, cotidianos, no exentos de denuncia social.
CentroCentro acoge la exposición Botero. 60 años de pintura, la mayor retrospectiva dedicada al artista colombiano en Europa. Producida por Arthemisia con la colaboración del Ayuntamiento de Madrid, recorre seis de las más de siete décadas de la extensa trayectoria del artista colombiano Fernando Botero (Medellín, 1932).
La elección de Madrid para esta gran exposición no es casual: no sólo fue una de las ciudades de juventud, formación y descubrimiento, más tarde (en 1994) se convirtió en uno de los mayores museos urbanos al aire libre, cuando sus esculturas sembraron el Paseo de la Castellana.
La muestra, comisariada por Cristina Carrillo de Albornoz con la colaboración de la hija del artista, Lina Botero, exhibe 67 obras de gran formato, procedentes de diversas colecciones privadas. El recorrido, estructurado en siete secciones temáticas, repasa los principales ámbitos de su lenguaje artístico, los argumentos más característicos de su narrativa: Vida Latinoamericana, Versiones, Naturaleza Muerta, Religión, La Corrida, Circo; y su obra más reciente e inédita de Acuarela sobre Lienzo.
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Botero. 60 años de pintura podrá visitarse hasta el 7 de febrero.
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