Desde el interior de un espacio oscuro, una mujer joven, casi una adolescente, nos observa por encima del hombro. De su boca entreabierta parece brotar una invitación. Su rostro transmite ensueño, sus ojos líquidos, intimidad y misterio. Nada indica su procedencia ni su intención. Ni siquiera el exótico turbante lapislázuli que envuelve su cabeza. La joven de la perla, el lienzo más famoso de Johannes Vermeer, lleva más de tres siglos cautivando a todo el que la mira.
Cioran definió a Vermeer como “el maestro de la intimidad y del silencio”, y como tal se comportó tanto con respecto a su vida privada y social como en lo relativo a los aspectos técnicos de su obra. La mayor parte de lo que hoy se sabe acerca del pintor de Delft se lo debemos al economista e historiador del arte John Michael Montias (1928-2005), quien tradujo más de 454 disposiciones legales procedentes de los archivos municipales de Delft y otras 17 ciudades holandesas, para reconstruir un retrato del artista lo más exacto posible.
No obstante, la documentación estudiada durante una década por el norteamericano aporta pocas pistas sobre su infancia y su formación. Sí se vincula su aprendizaje con los talleres de Abraham Bloemaert, Leonaert Bramer y Karel Fabritius y fue mencionado por primera vez como Meester-schilder (maestro pintor) en el año 1654. En cuanto a sus técnicas, también se han escrito más especulaciones que certezas. Tratar de imaginar, incluso sin precisión, cómo pintaba Vermeer es una quimera. Un enigma que aún no se ha podido descifrar.
Lo mismo sucede con el lienzo que nos ocupa. O sucedía hasta hace apenas dos años.
Entre el 26 de febrero y el 12 de marzo de 2018, los expertos del museo Mauritshuis de La Haya analizaron con detenimiento los misterios del cuadro. El equipo, liderado por Abbie Vandivere, logró establecer una serie de detalles perfectamente documentados con respecto al soporte, los materiales, el origen de los pigmentos empleados por Vermeer, las técnicas para lograr sus extraordinarios efectos ópticos e incluso la firma del pintor —un rastro apenas visible en la esquina superior izquierda—, detectada por los rayos X.
Los hallazgos más significativos del proyecto The Girl in the Spotlight sitúan el centro de la escena la célebre perla. ¿Por qué? Pues porque tal fue la intención del pintor, afirman los expertos del Mauritshuis tras examinar la composición. Mediante unas pocas pinceladas de blanco de plomo y la exageración del tamaño del pendiente sin gancho que lo engarce a la oreja, Vermeer logra hacer flotar la perla en el espacio. Semejante efecto visual denota una maestría extraordinaria en el manejo de la luz y sus reflejos, las transiciones hacia las sombras y la sensación de tridimensionalidad.
También el estudio revela una serie de detalles acerca de la mirada de la joven. En primer lugar, el examen microscópico ha permitido descubrir unas sutiles pestañas alrededor de los párpados de la misteriosa joven, además de diversos desplazamientos de los contornos del rostro, la posición de la oreja, el cuello y la parte posterior del pañuelo. La técnica del pincel es suave: ninguna línea define el perfil de la parte izquierda de la nariz, sólo limitado por el color y el tono de la mejilla; la parte derecha y las fosas nasales se pierden también en las sombras. Los difuminados dificultan igualmente la lectura de la expresión: ¿sonríe, está triste, preocupada? ¿Nos observa o sólo se dirige al pintor?
El último gran descubrimiento, anunciado por los investigadores el pasado 28 de abril, tiene que ver con el fondo de la pintura. Más de trescientos años convencidos de que el espacio oscuro sobre el que artista pinta a la muchacha era una especie de truco para liberarla de todo contexto y resulta que no. No se trata de un vacío oscuro intencionado, sino de una hermosa cortina verde, casi translúcida, deteriorada por el paso del tiempo y los cambios químicos de los pigmentos empleados: una mezcla de índigo (azul intenso) y soldadura (amarillo obtenido de una planta conocida como el cohete de Dyer).
En cuanto a los pigmentos, es importante destacar su primerísima calidad. Un detalle que demuestra la nobleza de su procedencia, especialmente el empleado para obtener el azul ultramar: el lapislázuli, procedente de Afganistán. No está claro donde adquiría Vermeer materiales tan valiosos, aunque todo apunta directamente hacia Delft. Ninguna documentación acredita viajes ni desplazamientos del pintor a otras ciudades.
No hay duda: la paleta cromática empleada en La joven de la perla —identificada con precisión tras un exhaustivo mapeado— ratifica la maestría de Vermeer y sus profundos conocimientos sobre el color. La minuciosa técnica empleada en la elaboración de los tonos, aún no ha podido establecerse. Todo se andará. Los conservadores del Mauritshuis siguen afinando sobre ello.
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