"Mi obra visual está hecha para el siglo XXI. También significa diseño y forma como medida. Ritmo, símbolo y transformación de número y principio". Esta afirmación de Emma Kunz resume a la perfección el concepto y el enfoque de una mujer adelantada a su tiempo. Lo dijo en 1941, cuando ya llevaba tres años dedicada a la proyección de sus visiones en extraordinarias geometrías a gran escala en papel cuadriculado.
Vivía entonces en el cantón suizo de Aargau, experimentaba con la radiestesia y las predicciones a través del péndulo (su instrumento favorito a la hora de escudriñar los campos electromagnéticos, les energías externas), mientras cultivaba plantas y flores medicinales en su propio jardín. Hacia finales de los 40, tuvo que mudarse a Lurgen, en el cantón Appenzell Ausserrhoden, a causa del hostigamiento sufrido por parte del médico de su localidad.
Nacida en 1892, en Brittanau (Suiza), su infancia transcurrió entre telares y tejidos y en permanente contacto con la naturaleza. Desde muy joven supo de su don visionario, telepático y de sus capacidades curativas. Era la intensa intuición la que le movió a plasmar en papel su espiritualidad. Carecía de formación artística, de biblioteca, de medios para físicos para investigar. Nada de esto supuso un obstáculo para dedicar su vida a estudiar y analizar las manifestaciones esotéricas. Ella, la sexta de diez hermanos, se inspiró en el trabajo como enfermera que desempeñaba una de ellas. Tenía unos 21 años cuando se embarcó hacia Nueva York en busca, por lo visto, de un amor de juventud que no recuperó. Comprendió así que no era su destino el matrimonio y la familia y se centró en lo suyo: la investigación personal y el trabajo en casa del pintor Jakob Friedrich Welti.
Emma Kunz en absoluto buscó la fama ni el prestigio personal, únicamente pretendía la reparación del alma (la suya y la de aquellos que acudían a su conocimiento cósmico). Sus geometrías eran representaciones de algo invisible. Ni siquiera las consideraba arte, sino un instrumento de trabajo y adivinación, una forma de mantener el contacto con las percepciones ultraterrenales, canalizar la energía y hallar respuestas acerca de la comprensión del mundo y las fuerzas de la naturaleza. También empleó estas imágenes para ayudar a sus pacientes a recuperar la salud física y psicológica.
Con el péndulo como guía, reglas, compases y cartabones, y lapiceros de grafito y de colores, Kunz fue dibujando su universo en grandes superficies de papel pautado. Trabajaba de pie. Sola. Durante horas. Apenas comía ni dormía mientras permanecía absorta en su trabajo. Sus imágenes, fundamentalmente abstractas, aunque algunas (pocas) se acercan a la figuración, parecen recurrentes, pero no. Cada una de ellas posee su propio significado y simbolismo, un enigma todavía, pues ella jamás reveló pista alguna. Tampoco los estudios recientes han logrado descifrar los trazos y figuras representadas. Aun así, observar sus dibujos (que tampoco tituló ni fechó) resulta una experiencia hipnótica que trasciende al papel.
El trabajo de Kunz no se expuso nunca en vida de la artista. Fue hecho público por primera vez en 1973, de manera póstuma, por el profesor Heiny Widmer, entonces director de Aargauer Kunsthaus, y fue celebrado como una sensación en el mundo del arte. Siguieron retrospectivas en la Kunsthalle Düsseldorf y en el Musée d'Art Moderne de París. Desde 1986, Kunz dispone de su propio museo en Würenlos (Suiza), cerca de la cantera romana donde descubrió, en 1942, los campos de energía y las propiedades curativas de una roca que llamó AION A cuya terapia va dirigida principalmente a los procesos inflamatorios.
Tabakalera (San Sebastián) acoge desde el pasado 28 de enero la primera muestra Universo Emma Kunz. Una visionaria en diálogo con el arte contemporáneo. Se trata de la primera retrospectiva que el Centro Internacional de Cultura Contemporánea dedica a una artista en la sala de exposiciones principal. Y lo hace poniéndola en relación con obras actuales. Y es que el arte de Emma Kunz ha inspirado a numerosos creadores contemporáneos como Nora Aurrekoetchea, Diego Matxinbarrena, Mai-Thu Perret, Goshka Macuga o Dora Budor, cuyas piezas reflexionan sobre el trabajo de la suiza o sobre temas concretos relacionados con su investigación.
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