Nunca estuvo el Prado cerrado tanto tiempo. Sólo el trágico periodo de la Guerra Civil recuerda un paréntesis tan extenso. Después casi tres meses duros e inesperados, la institución nos recibe de nuevo con un reencuentro muy especial que nos permitirá disfrutar de nuevo de gran parte de las obras maestras del museo. 249 piezas, fechadas entre el siglo XV y principios del siglo XX, se han reubicado de manera temporal —hasta el 13 de septiembre de 2020— siguiendo un criterio mayormente cronológico.
Pero no todo es cronología en esta nueva forma de percibir el arte en el Museo del Prado. El discurso expositivo elegido para este reencuentro recurre a una disposición decimonónica que evoca la primera museografía del Prado. Se arrinconan las escuelas, sí, pero no el tiempo ni los espacios. ¿La finalidad? Destacar los riquísimos contrastes y afinidades de influencias, miradas, admiraciones y rivalidades artísticas desatadas entre los maestros más representativos de la tradición occidental. Algo que muy pocos museos del mundo se pueden permitir y que muestra la extraordinaria colección pictórica que atesora.
Miguel Falomir —actual director del museo— califica el Reencuentro como la metáfora de un lujoso perfume: un pequeño frasco en el que se concentran todas sus esencias. La densidad de la fragancia del Prado se condensa en un espacio reducido capaz de destilar cada una de sus notas aromáticas.
La Galería Central es el eje del recorrido. En ella, iluminada de manera natural, se concentran los primeros acordes, los puntos clave que van a determinar el resto de los componentes. Pero antes de acceder a este espacio, es de ley detenerse ante la imponente figura de Carlos V y el Furor —Leone y Pompeo Leoni—. El monarca, desprovisto excepcionalmente de su armadura se nos presenta desnudo, como un héroe clásico, el prólogo de la magnificencia que nos espera.
Por si no fuera suficiente, en la antesala de la Galería Central encontraremos dos de las grandes joyas del museo: El descendimiento de Van der Weyden y La Anunciación de Fra Angelico. Una frente a la otra, imponentes ambas, definen las notas olfativas que van a configurar el delicioso aroma del Reencuentro prometido.
Nada más penetrar en la Galería, nos topamos con los primeros grandes maestros italianos y flamencos de los siglos XVI y XVII: El Bosco, Patinir, Tiziano, Correggio, Rafael, Juan de Flandes, Veronés, Tintoretto y Guido Reni. Los retratos de Tiziano de los primeros Habsburgo, presididos por Carlos V a caballo, en Mülhberg, permanecen en el corazón de la sala 27. Dos de la Furias del pintor flanquean el acceso a la Sala 12, donde nos espera una selección velazqueña inédita.
“Pocas veces, destacan los responsables de comunicación de la institución, este espacio emblemático del Prado ha merecido con tanta justicia el título de sancta sanctorum del museo”. En efecto, por primera vez desde 1929, podremos disfrutar de Las Meninas y Las Hilanderas en el mismo espacio, junto a un emocionante cortejo formado por los bufones, los filósofos, escenas religiosas y algunos de los retratos más célebres del artista sevillano.
El ala norte concentra las notas más naturalistas con Ribera, Maíno y Zurbarán a la cabeza del buque insignia español, junto al europeo al europeo abanderado por Caravaggio y de La Tour. A ellos se suma la personalísima obra de Clara Peeters —una de mis favoritas— en diálogo con bodegones de algunos de sus coetáneos. Son muy interesantes también las conversaciones mantenidas entre El Greco y la Gentileschi o la de Sánchez Coello con Anguissola y Antonio Moro.
El sur es para el siglo XVII. Presiden el ala piezas de algunos de los maestros españoles de la segunda mitad del siglo como Murillo y Alonso Cano, junto a contemporáneos de las escuelas francesa y flamenca. Entre ellos Claudio de Lorena y Van Dyck.
La fragancia decimonónica, casi como nota de salida predominante, corresponde a Goya. Es la sala32 la que alberga a La familia de Carlos IV y los 2 y 3 de mayo expuestos ahora en paredes enfrentadas. Del aragonés también se muestran varios retratos y el inquietante El perro semihundido, que da paso a la exuberancia de Rubens ya en la parte final de la Galería.
La pintura religiosa y mitológica del flamenco coquetea descaradamente con Tiziano a través de su Dánae. Es fascinante el diálogo entre los Saturno de Rubens y Goya. En este contexto tan ecléctico se sitúan Las Lanzas de Velázquez entre los retratos ecuestres de El duque de Lerma y El cardenal infante don Fernando.
Algunas de las obras maestras excluidas pueden verse en salas adyacentes, como las Bacanales de Tiziano, o la Inmaculada de Tiépolo que despide al espectador; para la contemplación de otras, como El jardín de las Delicias del Bosco o la Judit de Rembrandt habrá que esperar al otoño, cuando se espera aumentar el aforo máximo actual (1.800 visitas al día) que permite la institución como consecuencia de las medidas sanitarias.
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