Annibale Carracci, figura capital en la historia del clasicismo seiscentista, nació en Bolonia en el año 1560. Aunque se educó primero como grabador junto a su hermano Agostino y formó con él y su primo Ludovico la Academia de los Incamminati, emprendió pronto un camino propio como pintor, rompiendo con el manierismo predominante en su tierra natal. Ya en sus primeras obras, se aprecia esa renovación naturalista de la pintura que le distinguiría posteriormente.
No obstante, el artista boloñés dotó a sus composiciones religiosas y mitológicas de una serenidad clásica muy renacentista al tiempo que la majestuosidad de las escenas apuntaba al barroco pleno. Su visión del paisaje incrementa el protagonismo de éste por encima del momento representado en el cuadro.
La enérgica personalidad de Annibale Carracci impulsó los objetivos artísticos de la nueva academia, centrados en un ideal ecléctico que tomaría de Rafael la gracia femenina de la línea; de Miguel Ángel, la potencia muscular; de Tiziano, el cromatismo. Contraviniendo las normas de la contrarreforma, los artistas en formación podían pintar y dibujar desnudos a partir de modelos vivos. Las enseñanzas de la Academia insistían en la conveniencia del dibujo del natural como preparación de los lienzos, por lo que se han conservado muchos estudios de desnudos y de figuras populares, animales y objetos domésticos, sorprendentes por su viveza.
Además, los Incamminati promovieron el encuentro entre intelectuales y artistas de otras disciplinas.
Pese a ser una figura determinante en la evolución de la pintura y creador de la escuela boloñesa, Annibale Carracci no ha recibido la relevancia que debería habérsele otorgado. Él, que participó en la decoración de ilustres palacios —el Fava de Bolonia, el Farnesio de Roma—, viajó a Parma y Venecia (donde se familiarizó con la obra de Correggio y Tiziano) y a Roma, donde entró en contacto con la de Rafael y Miguel Ángel, no tuvo el reconocimiento que sí logró su coetáneo Caravaggio.
Los últimos años de su vida, marcados por una profunda depresión, los dedicó a la pintura al fresco —de forma cíclica, eso sí— de la capilla Herrera de la iglesia de Santiago de los Españoles (Roma). Aparte de las figuras de santos y cuadros devocionales, destacan los frescos de las escenas de la vida de san Diego de Alcalá. Corrían los primeros años del siglo XVII cuando se comprometió con Juan Enríquez de Herrera para realizar los trabajos. Ideó todo el conjunto y llegó a pintar algunas de las obras antes de caer enfermo. A partir de 1605 delegó en Francisco Albani la ejecución del resto de la composición. A pesar de tratarse del encargo más importante recibido por Carracci, estos frescos son prácticamente desconocidos, debido principalmente a su dispersión como consecuencia del deterioro de la iglesia.
De los diecinueve fragmentos de pintura mural existentes, sólo dieciséis llegaron a España: siete se conservan en el Prado; nueve se instalaron en la Real Academia Catalana de Bellas Artes de Sant Jordi (más tarde se depositaron en el MNAC); los tres restantes fueron a parar a la iglesia de Santa María de Montserrat en Roma, de donde desaparecieron. Allí se trasladó y aún se conserva el óleo sobre tabla del altar.
El Museo del Prado acoge Annibale Carracci. Los frescos de la capilla Herrera, una exposición que reúne por primera vez desde 1833 el grupo completo de extraordinario valor. El montaje permite al espectador recorrer las diferentes alturas de la capilla y recrear su decoración original. La reciente restauración de las siete piezas del Prado y la colaboración del Museo Nacional de Arte de Cataluña y la Gallerie Nazionali di Arte Antica Palazzo Barberini de Roma han permitido el estudio, conocimiento y la justa valoración de la obra.
La muestra se inicia con un extraordinario óleo de las vistas exteriores de la iglesia de Santiago de los Españoles en la plaza Navona, pintada en 1699 por Gaspar van Wittel. La evocación de la capilla Herrera (hoy destruida) recrea la disposición de las pinturas tanto en el exterior (por encima del arco de acceso) como en la parte baja interior de la misma. En las salas sucesivas se asciende progresivamente hasta la pintura de la linterna de la bóveda, presente en la última estancia. Junto a los frescos se muestran algunos de los dibujos preparatorios, así como las estampas abiertas por Simon Guillain que reproducen los tres fragmentos perdidos.
Comisariada en el Prado por Andrés Úbeda, director adjunto de Conservación del Museo Nacional del Prado, la muestra se abrió al público el 8 de marzo, llegará al MNAC en julio y finalizará su recorrido en el Palazzo Barberini el próximo otoño.
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