Era enero de 1982. Por primera vez se presentaba en España una exposición dedicada a Piet Mondrian. Aquél hito artístico ubicado en la Fundación Juan March de Madrid incluía 70 obras —49 óleos, 15 dibujos y 6 acuarelas—realizadas por el pintor holandés entre 1897 ya 1944, año de su muerte. En aquel tiempo contemplar en directo la pintura de un artista de la vanguardia era un evento extraordinario en una ciudad que recién despertaba a la contemporaneidad del siglo XX, en plena Transición.
Explicar la abstracción en ese momento artístico español dominado por la figuración supuso una ruptura con la tradición expositiva. Se miraba el “nuevo arte” (el no figurativo) como una especie aproximada a arte verdadero, una evolución imperfecta del mismo. Obviamente, el holandés mantenía una filosofía bien distinta: “el hecho de que el arte realmente no-figurativo es raro, no lo aparta de su valor; la evolución es siempre la obra de precursores, y sus continuadores son siempre pocos […] Saben que no es posible servir a la humanidad haciendo que el arte sea comprensible para todo el mundo”.
En el Madrid de hace (casi) cuatro décadas, la muestra de Mondrian causó un gran revuelo cultural. Quienes la visitaron disfrutaron del universo creativo de un artista dual, que fusionaba sus conocimientos matemáticos y científicos con la sublimidad de la danza y la música y sus creencias espiritistas y teosóficas.
El arte de Mondrian siempre estuvo ligado a sus estudios filosóficos y espirituales. Con respecto a estos últimos fue determinante la figura de Helena Petrovna Blavatsky —Madame Blavatsky—, fundadora de un movimiento (el teosófico) enraizado con el ocultismo y la filosofía esotérica. Su nombre también se vincula al grupo neoplasticista holandés aglutinado en torno a la revista De Stijl, que concibe la línea recta y los colores puros como símbolos de la representación artística.
Pero no fue siempre un pintor de planos y geometrías. Sus primeros cuadros, tras licenciarse en la Rijksakademie van Beeldende Kunsten de Amsterdam, eran paisajes nocturnos, serenos, en los que predominaban tonos grises, malvas y verdes. También experimentó con el cubismo durante su estancia en París en 1912. A partir de entonces inicia su transición hacia la abstracción y la exclusión de las líneas curvas.
Al igual que en el 82, la Fundación Juan March se adelanta al futuro con la primera exposición digital en España. De nuevo se vale del mismo artista, Piet Mondrian, para poner marcha su experimento. Pero antes debemos plantearnos si es posible modificar la noción tradicional de “muestra digital”. “La pregunta para el visitante de una exposición digital como esta es si merece la pena convocar a espíritus y espectros (eso son las reproducciones en soporte digital de las obras de arte ausentes), para concentrarse en mirar, escuchar y hablar con los fantasmas”.
¿Es una exposición digital, una exposición “de verdad”? Según la March sólo puede serlo si se le otorga un significado específico que la aparte del concepto de “complemento” de una exposición ubicada en un espacio físico, paseable. Abstraer la exhibición del ámbito presencial sin convertirla en virtual requiere un esfuerzo narrativo muy intenso e impactante. Eso es precisamente lo que pretende la fundación haciendo regresar el espectro de Mondrian a un espacio sensorial inmaterial.
El caso Mondrian invoca al espíritu del pintor, lo retorna a un mundo fantasma (la exposición digital) y construye un relato doble integrado por los aspectos más significativos de la vida y la obra del holandés y una reflexión acerca del comisiarado digital entendido como “comisariado fantasma”, ahondando en la idea de que la curación digital no es una curación de realidades, sino de espectros de esas realidades.
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