Pintora y fotógrafa, radical e innovadora, Dora Maar fue mucho más que la musa de Picasso. Cierto es que la artista francesa inspiró al pintor malagueño durante más de una década, que también fue modelo de Man Ray, asidua del taller de André Lhote y amiga de Cecil Beaton y Henri Cartier-Bresson. Pero su arte no necesitaba escuderos. Ella misma, con fotografías perturbadoras, enfoques inusuales y fotomontajes oníricos se hizo un nombre más que importante entre las corrientes surrealistas del momento
Henriette Theodora Markovitch nació en París en 1907. Su padre, Joseph Markovitch, era un arquitecto de origen croata que trabajó en diferentes proyectos en Argentina; su madre, Julie Voisin, una violinista de Tours (Francia). Ella creció y se formó entre Buenos Aires y París, donde se instaló definitivamente en 1926 para estudiar pintura y fotografía en l’École des Beaux-Arts y la Académie Jilian. Su talento artístico era evidente y pronto se introdujo en los círculos surrealistas parisinos de la mano de Jacqueline Lamba, André Breton, Paul Éluard y Georges Bataille.
Dora Maar conoció a Picasso durante el rodaje de Le Crime de Monsieur Lange de Jean Renoir. Tenía ella 28 años, él 55. Era 1936. La Guerra Civil española estaba a punto de comenzar y con ella, el proceso creativo de El Guernica, que Maar fotografió de principio a fin. De esta época es también el célebre Retrato de Ubú, icono fotográfico del surrealismo, cuyo origen (un supuesto feto de armadillo) ella jamás aclaró.
Antes de todo esto, ya había experimentado con la fotografía comercial junto a Pierre Kéfer. Ambos fundaron su estudio en 1931 y bajo el nombre Kéfer -Dora Maar se especializaron en retratos, desnudos, moda y publicidad con gran éxito. Sin duda el toque personal de Maar tuvo mucho que ver: sus imágenes innovadoras se nutrían del dramatismo de las sombras y técnicas tan rompedoras como el collage a base de creaciones propias.
También la calle fue el escenario de muchas de sus fotografías más reivindicativas, pues su sensibilidad no era ajena al momento social posterior a la crisis de 1929. Cámara en mano se tiró a las calles de Londres, París y la zona litoral de la Costa Brava en España. Ciegos, personas sin hogar, madres con bebés en brazos o niños jugando fueron el blanco favorito de su Rolleiflex y llenaron las páginas de las principales publicaciones de la época.
La brillante carrera de Maar como fotógrafa fue desvaneciéndose entre una repentina inclinación por la pintura, fomentada por Picasso y las turbulencias de una relación cada vez más tóxica con el genio español. “Fue una fotógrafa extraordinaria”, aseguraba Cartier-Bresson. “En su obra siempre hay algo muy sobrecogedor y algo muy misterioso”. Sin embargo, Picasso la alentaba a volver a la pintura. Aunque no existe documento ni testimonio fehaciente de que la incitase a abandonar la fotografía, en el libro Dora Maar: París en la época del Man Ray, Jean Cocteau y Picasso, se apunta la idea de que “la animaba a pintar porque no podía tolerar la idea de que ella pudiera ser mejor que él en cualquier esfera”. Eso sí, las formas achatadas y los contornos audaces de la pintura de Maar sugieren una cierta influencia picassiana.
Tras la Segunda Guerra Mundial, la artista experimentó con temas y estilos diversos antes de centrarse en la abstracción. Su pintura tuvo relativo eco en Londres y París, no tanto como su fotografía. Además, la ruptura con Picasso dejó daños crónicos en su alma. Eso, el exilio y experiencias personales dolorosas como la muerte su madre y su mejor amigo, Nusch Eluard, la empujaron al abandono progresivo de los círculos artísticos. Se aisló del mundo, se encerró en sí misma cubierta de un halo de misterio y habladurías.
Mucho después, ya en la década de 1980, Dora Maar retomó la fotografía, aunque de una forma muy diferente. Lejos de la calle, en el cuarto oscuro, experimentó fotogramas e impresiones en gelatina de plata.
La Tate Modern de Londres acoge hasta el próximo 15 de marzo la primera gran retrospectiva dedicada a Dora Maar en Reino Unido. La muestra cuenta con dos centenares de obras representativas de todas las fases de su carrera: encargos comerciales, imágenes documentales de índole social y pinturas. Estas últimas, poco conocidas, desvelan muchos enigmas con respecto a sus intereses.
La exposición está organizada por Tate Modern, Centre Pompidou, París y el Museo J. Paul Getty, Los Ángeles.
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