Una década de esmero han necesitado los responsables del museo en inaugurar la esperada exposición retrospectiva de Leonardo Da Vinci en el Louvre. En efecto, los comisarios Vincent Delieuvin y Louis Frank han precisado al detalle cada uno de los aspectos de la muestra más importante de la historia de la pinacoteca parisina. No sólo la ubicación de los cuadros, la estructura del recorrido y las negociaciones con las colecciones públicas y privadas que han facilitado su realización. También han debido acometer las preceptivas restauraciones y una exhaustiva investigación que disecciona el concepto de arte, la personalidad y la obra del genio italiano.
Sin duda, uno de los mayores escollos ha sido la decisión de no mover a la Gioconda de su espacio habitual. Trasladar una vez más a la hermosa dama (ya se hizo el pasado mes de julio al cierre por reformas de la sala de los Estados a la galería Médicis) a la sala Napoleón, bajo la Pirámide, es una locura debido a la fragilidad de la obra. Y también un disparate, pues la expectación que suscita el pequeño cuadro colapsaría la exposición ya de por sí tumultuaria.
No obstante la muestra sí ofrece una visión exhaustiva del famoso cuadro. Gracias a la tecnología actual, una reflectografía infrarroja deja al descubierto todos los trazos y correcciones ocultos por la pintura. Un lujo que permite rastrear bocetos y trabajos previos y comprender así la técnica pictórica de Leonardo.
El segundo embrollo fue la disputa con Venecia a causa del Hombre de Vitruvio. Pese a los acuerdos previos entre Italia y Francia, la Academia de Bellas Artes se negó a prestar el dibujo al museo parisino hasta bien poco antes de la inauguración de la exposición. Tampoco el príncipe saudí propietario del Salvator Mundi ha cedido la obra al Louvre.
No obstante, los comisarios han logrado elaborar un extraordinario retrato psicológico del artista que situó la pintura en un nivel superior y cómo su investigación sobre el mundo —“la ciencia de la pintura”, como la definía el propio Da Vinci— fue el instrumento primordial de su trayectoria profesional, cuya ambición no era otra que insuflar vida a sus cuadros. En torno a las cinco telas y los veintidós dibujos científicos de la colección propia del Louvre, la muestra reúne otras 140 obras procedentes de instituciones como el British Museum, la National Gallery (Londres), la Pinacoteca vaticana, la Biblioteca Ambrosiana (Milan) o el Met de Nueva York.
Leonardo Da Vinci es tan seria, sobria y didáctica como indica su título. Para qué más cuando se trata de dilucidar los misterios del proceso creativo de un hombre tan complejo y profundamente libre como Da Vinci. Para ello, el recorrido expositivo se aparta de los circuitos cronológicos o temáticos habituales.
Para empezar, la muestra arranca de manera insólita con un bronce de Verrocchio —Jesucristo y Santo Tomás—, el artista con quien Leonardo se formó en los enigmas del movimiento y los claroscuros. Allí, en ese taller florentino, fue donde el pintor concibió el primero de los fundamentos de su arte: el espacio y la forma nacen de la luz. Poco después, hacia 1478, Leonardo encuentra el segundo: la forma no cesa de rescatarse a sí misma; por tanto el pintor no puede percibir la verdad si no goza de completa libertad. Esa libertad de componer (“componimento inculto”) transforma el universo del artista.
A través de cuatro secciones, la retrospectiva presenta la mente de Leonardo, su concepción del arte, su obsesión por la forma, su evolución interna, sus extraordinarias aportaciones a la botánica, la anatomía, la ciencia, la aerodinámica o la filosofía. Se trata de un magnífico relato coral acerca de la naturaleza humana del genio del Renacimiento.
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