A Cristóbal Balenciaga la inspiración no lo agarró por sorpresa. Ya desde niño se venía vaticinando su inquietud por la moda. La culpa fue de una señora, la marquesa de Casa Torres. El pequeño Balenciaga, hijo de pescador y costurera, “no tenía más que ojos pare ella cuando llegaba a misa el domingo, bajándose de su tílburi, con sus largos vestidos y sus sombrillas de encaje”, confesaba en una entrevista para Paris-Match en 1968. Tenía 12 años cuando la marquesa le autorizó a hacerle un primer modelo, que lució en la iglesia el siguiente domingo después de terminado.
Si para él fue una suerte que la gran dama pasara los veranos en Guetaria, para el mundo del diseño fue mucho más. Sensibilidad, azar y fortuna se conjugaron para que futuro creador, sin apenas formación académica, acelerase un proceso de aprendizaje que tarde o temprano habría llegado a culminar. También su madre tuvo mucho que ver en ello. Gracias a ella aprendió a apreciar los detalles, a distinguir los tejidos, a aspirar a la excelencia y la perfección como fin último.
“Austeridad y sobriedad, equilibrio y proporción, coherencia y perfección, innovación y atemporalidad son conceptos que son inherentes a las creaciones de Balenciaga”. Así describe la perfección del proceso creativo del diseñador vasco, Eloy Martínez de la Pera, comisario de la muestra que acoge el museo Thyssen-Bornemisza, Balenciaga y la pintura española. La exposición, que vincula la creación de Cristóbal Balenciaga con la pintura española de los siglos XVI y XX, revela cómo las referencias al arte y la cultura española estuvieron siempre presentes en el trabajo de Balenciaga. El recorrido por las salas sigue un itinerario cronológico a través de las pinturas, a las que acompañan los vestidos ligados a cada estilo o pintor.
Formas y volúmenes, complicidades cromáticas, texturas sincronizadas dan lugar a un fascinante diálogo entre moda y pintura, entre la creatividad del genial diseñador y sus fuentes de inspiración. La exhibición permite además revisar el arte desde un punto de vista diferente, poniendo la atención sobre los pintores como creadores y transmisores de elegancia.
La exposición da buena cuenta también del lenguaje ecléctico del creador. En su diccionario caben tanto el mundo taurino como las técnicas de la sastrería inglesa, las indumentarias eclesiásticas y alta costura parisina. La influencia oriental también se masca en muchos de sus patrones salpicados de vanguardismo y líneas minimalistas. Porque el vasco, además de sobrio y elegante, era audaz. Trabajaba con los conceptos más variados, descuartizaba cada uno de los estilos hasta aunarlos en creaciones únicas, piezas exquisitas donde podemos encontrar los efectos de luz velazquianos, las pinceladas costumbristas de Goya, la austeridad extendida del Greco, la expresividad modernista de Zuloaga, la abstracción de Jorge Oteiza…
Hasta el mismísimo Dior se rindió ante la maestría de Cristóbal Balenciaga: “Con los tejidos nosotros hacemos lo que podemos, Balenciaga hace lo que quiere.”
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