Claudia Andujar es fotógrafa, suiza de nacimiento y ciudadana del mundo en general. Podía haber vivido en Transilvania, donde creció; en Suiza, donde se refugió tras la ocupación nazi; o en Nueva York, donde se formó. También podía haberse dedicado a la pintura. Adoraba el arte de Nicolas de Staël y experimentó durante un tiempo con la abstracción mientras trabajaba como guía en la sede neoyorquina de la ONU. Pero fue la fotografía la disciplina que le proporcionó la herramienta de comunicación más eficaz. Y no es una metáfora, sino la realidad a la que tuvo que hacer frente cuando se instaló definitivamente en Sao Paulo sin hablar una palabra de portugués.
Nacida Claudine Haas, el 12 de junio de 1931, la hija de Germaine Guye —de origen protestante suizo— y de Siegfried Haas —húngaro de confesión judía— vivió con sus padres en el norte de Transilvania hasta los nueve años. Durante la ocupación militar alemana, la niña Claudine huyó a Suiza con su madre, mientras que el padre y otros miembros de su familia paterna enviados primero al gueto de Oradea, fueron deportados y asesinados en los campos de concentración de Auschwitz y Dachau. Al poco de finalizar la guerra, decide trasladarse a Nueva York y comenzar de nuevo: “Estaba cansada de Claudine Haas. Mi infancia me había dejado exhausta y deprimida. Quería empezar una nueva vida”. Así, a los 16 años, borró para siempre a la niña que fue, convirtiéndose en la imponente Claudia que hoy conocemos.
Lo que ignoraba la joven Hass es que un par de años después iba a adoptar indefinidamente el apellido de su marido, Julio Andújar, un refugiado español del que separó a los pocos meses. Claro que tampoco podía imaginar que iba a terminar adquiriendo la nacionalidad brasileña y defendiendo a golpe de carrete y objetivo al pueblo yanomami. Aunque sus primeros pasos como fotógrafa (y fotoperiodista) los dio en la ciudad de los rascacielos, Brasil y la revista Realidade le pusieron en el camino del activismo político y el compromiso con las comunidades indígenas. Entre 1966 y 1971 realiza diversos fotorreportajes acerca de grupos marginales, incluidos emigrantes, homosexuales o toxicómanos y fotografía por primera vez a los Yanomami.
A partir de ese momento, Claudia Andujar dedica su trabajo, sus esfuerzos y su vida personal a profundizar sobre la cultura, la identidad y las condiciones de vida de esta comunidad autóctona brasileña tan fascinante como vulnerable. Con ellos aprendió a comprender su propia visión de la naturaleza y el cosmos, a descifrar y asimilar sus rituales. Gracias a una beca de la Fundación John Simon Guggenheim y a la ayuda (y amistad posterior) del misionero italiano Carlo Zacquini pudo llevar a cabo este proyecto personal que acabó siendo el motivo de su obra y su experiencia vital. “Estoy conectada con el pueblo indígena, con la tierra, con una lucha esencial. Todo eso me conmueve profundamente. Todo parece necesario. [...] Quizás siempre busqué la razón de la vida en esa esencialidad. Y por eso llegué a la selva amazónica, de modo instintivo, mientras me buscaba a mí misma”, asegura Andujar.
A finales del pasado mes de febrero, la Fundación Mapfre inauguraba en Barcelona el Centro de Fotografía KBr con la mayor exposición dedicada hasta la fecha a la obra de la fotógrafa brasileña. El recorrido expositivo, dividido en ocho secciones, presenta el extraordinario viaje de la artista al corazón del pueblo yanomami. Imágenes de extraordinaria belleza tomadas por Andujar a lo largo de dos décadas nos introducen en ese mundo misterioso, ritual, casi mágico, que la civilización y el abuso despiadado de los recursos de la selva amazónica han estado a punto de aniquilar.
La muestra Claudia Andujar, organizada por el Instituto Moreira Salles y comisariada por Thyago Nogueira, reúne alrededor de doscientas fotografías y una serie de dibujos realizados por artistas yanomami. Libros, proyecciones audiovisuales y documentos completan la extraordinaria contribución de la artista al medio. Mediante un estilo que combina una mirada íntima hacia los sujetos representados con una aproximación experimental, la creadora conjuga arte y compromiso. Y es que Andujar ha transformado la protección y defensa de este pueblo indígena —uno de los más amplios y amenazados de Brasil— en una misión de vida.
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