A Marc Chagall nadie le puso fácil descubrir el mundo artístico. Nació en 1887 en Vitebsk, una pequeña ciudad vinculada entonces a la Rusia zarista. En el seno de una familia judía jasídica, el futuro artista crece casi confinado. No sólo por las condiciones geográficas, también por un entorno asfixiante, donde las limitaciones para acceder al arte y a la cultura rusa vienen dadas tanto por las políticas de la época que marginan en guetos a los judíos, como por su propia comunidad.
Pese a todo, el joven Chagall logra librarse de las imposiciones y las dificultades. Accede a la escuela rusa, estudia arte en Vitebsk con Yuri Pen y con Nikolái Roerich y Léon Bakst en San Petersburgo, gracias a un permiso especial para judíos. Es entonces cuando comienza a transitar por los senderos del color, la poética pictórica y los lazos con su tierra. Tres distintivos de su obra que jamás abandonará. Ni siquiera en esa explosión cultural que para él supuso trasladarse a París.
Chagall soñaba con vivir en la capital francesa, alternar con artistas, descubrir la modernidad europea… Cuando se instala al fin en La Ruche, el ambiente le deslumbra. Nunca imaginó la efervescencia artística que le esperaba: museos, músicos, poetas, una cultura exuberante… Todo le asombra, pero no le hace olvidar sus orígenes. Sus raíces, su madre patria, su tierra natal afloran entre la estética de las primeras vanguardias. Es así como empieza a perfilarse un universo creativo enigmático, potente, anárquico, ajeno a los movimientos de la época. Las reminiscencias del arte popular ruso se mezclan con los experimentos estilísticos más avanzados de la vanguardia parisina, incluyendo a Pablo Picasso, Robert y Sonia Delaunay, y Jacques Lipchitz.
Nadie parecía entender esa extraña pintura, tan inquietante, tan perturbadora. No obstante, tres años le bastaron a la indómita paleta de Marc Chagall para pasar de joven artista ruso con talento a pintor moderno de prestigio internacional. Al margen de los “ismos”, el ruso narra a pinceladas tan intensas como inclasificables todo su universo personal. La obra de Chagall se escribe en un lenguaje singular. No puede percibirse como cubista, expresionista, órfico o surrealista, sino como una amalgama de estilos que él transforma para contar su historia. Chagall consideraba que el mundo interior podía ser mucho más real que el mundo visible o de las apariencias y consagró su pintura a representarlo.
Más de 80 pinturas y dibujos componen Chagall. Los años decisivos, 1911–1919 que acogerá el Guggenheim Bilbao a partir del 1 de junio. Se trata de una muestra centrada en el período inicial del artista, cuando se gesta la estética que marcará el resto de su trayectoria. La exposición indaga en las motivaciones que guían su obra, las vanguardias que le influyeron y el imaginario que determinó su evolución. Una inmersión en su profundo lirismo, en su lenguaje, su expresividad, sus metáforas visuales construidas a base de criaturas enigmáticas, casi mitológicas, protagonistas de cuentos y poesías, rituales y personajes judíos y amantes voladores. Un lugar donde las ventanas se abren a nuevos horizontes.
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Chagall. Los años decisivos, 1911 – 1919. Fechas: del 1 de junio al 2 de septiembre 2018. Comisaria: Lucía Aguirre, Museo Guggenheim Bilbao. Patrocina: Fundación BBVA.
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